La isla cuenta en su historia con personajes característicos que han intervenido en su memoria viva desde diferentes espacios. Uno de ellos y que recuerdo con íntima satisfacción, por su sencillez, elegancia y cordialidad fue Corina Sánchez, "Doña Corina", como la conocíamos los más pequeños de aquella época.

A Doña Corina la veíamos como una persona inquieta, deseosa por hacer favores a sus paisanos, era delgada con una actividad ciertamente imitativa y siempre vestida de negro, por una viudedad que sufría hacía tiempo.

Se decía que había hecho una promesa, por no se sabe qué motivo, que consistía en realizar todos los favores que estuviesen de su mano para dar satisfacción a quien le pedía ayuda.

Pero lo más característico de Doña Corina era su disposición a coger la guagua, aquella vieja Morris, que salía de El Puente a las 9 de la mañana , que llegaba a El Pinar sobre las 10 y media; regresaba a Valverde, hasta el último viaje que daba para recoger a las 3 de la tarde a los que se habían quedado por la mañana.

Pues bien, la labor de Doña Corina consistía en visitar las casas de Valverde, y de forma totalmente desinteresada recoger el encargo que se le pedía. Generalmente era que negociara un par de kilos de lentejas, garbanzos, chícharos, fruta, hijos pasados, judías, frijoles, verduras, en fin, muchos de esos productos comestibles que en las casas de Valverde eran deficitarios, en aquel momento, y que ella lo gestionaba en El Pinar, y que una vez terminada su tarea los cargaba en aquella guagua y sobre el techo de la misma, para luego distribuirlos a quienes le habían hecho el encargo.

Por esta gestión no pedía nada a cambio aunque siempre se le daban algunas pesetas o una bolsa de huevos frescos que habían puesto las gallinas el día anterior. Era una labor la que ejercía Doña Corina que le suponía tiempo y andar y andar por los distintos caminos, tantos los de Valverde como los de El Pinar para cumplir "el recado" que iba a llevar a cabo.

Siempre nos llamaba la atención su presencia cuando tocaba las palmas de las manos y llamaba a la dueña de la casa, porque generalmente era con la que trataba, y decía: "ya estoy aquí". Se sabía de antemano de sus esperas. Y cuando esos productos escaseaban se reponían porque personas como Doña Corina, con esa sencillez que le acompañaba, dedicaron buena parte de su vida a hacer esa encomiable labor.

Más de una vez cuando degustamos un potaje de lentejas o de verduras, y añoramos el de chícharos, no podemos evitar que el nombre y la imagen de Doña Corina se asome a la memoria viva de la isla de El Hierro.

Son las cosas de la isla, portadora de personajes inesperados que surgen dentro de una convivencia irrescatable y que son ejemplo de una honestidad y de una solidaridad envidiable. De ahí mi recuerdo.