Hoy tengo un día movido. Se acaba el casal de mi hijo pequeño y a las 16.30h nos han convocado a participar en una actividad de juegos de agua, con lo que los detesto. Sé que sonará algo asocial pero no soporto las actividades en grupo y más si nos hacen participar a los padres que normalmente somos seres agotados y patosos.

Mi hijo se ha llevado el bañador y dos pistolas de agua. Una es casi tan grande como él. Nos han dicho que vayamos con ropa cómoda. Imagino que el juego básicamente consistirá en que los niños nos mojen de cabo a rabo. Y llevo un rato pensando en la poca gracia que en realidad me hace porque luego tengo una cena y antes un sin fin de tareas que hacer. Y la verdad es que estoy soñando con la siesta del sábado. Todo lo que tengo que hacer anterior a ese momento lo vivo como si estuviera en una especie de entrenamiento militar.

De hecho, si esta tarde cuando recoja al niño no voy algo arreglada es probable que llegue a la cena como un pollo recién salido de la playa. Y mi intención era ligarme a mi acompañante. Pero bueno, seguramente eso será complicado dadas las circunstancias.

Este año lo apunté al casal porque no hacía más que marearme con el Fortnite. ¿Les suena? Si no les una mejor que en la medida de lo posible se alejen del mundo Fortnite, un videojuego que tiene abducida a media población. Pero en realidad tampoco me convencen los casales de verano. Creo que lo que en realidad me sucede es que detesto el verano. Escuchar todas esas noticias escabrosas en el telediario sobre incendios forestales, ahogamiento de niños, o jóvenes que se quedan tetrapléjicos por tirarse al agua a un palmo de la orilla. O el clásico de las juergas de extranjeros, lanzarse borrachos desde algún balcón de hotel a la piscina. Escuchar todas esas historias escabrosas y salir a la calle y sentirte como un huevo frito? Prefiero el otoño una y mil veces.

A veces pienso que todo ese exceso de energía que tienen los hombres bien canalizada movería montañas. Ojalá todos esos jóvenes se pusieran a recoger plástico o a ayudar a los que más lo necesitan en vez de jugarse el pellejo por hacer el idiota.

Por cierto, cómo me ha gustado la campaña de verano de cerveza Damm. La música y la imagen de los tres actos son preciosas. Gracias a iniciativas como esa estoy segura de que lograremos concienciarnos y limpiar nuestros mares en la medida de lo posible.

Aunque no sé vosotros pero yo me encuentro en verdaderas dificultades para lograr deshacerme del plástico por que es una auténtica invasión.

No quiero fallarle a mi hijo aunque no encuentro gracia alguna en mojar a los demás.

Cuando veo a gente hacer el animal en la piscina me pongo nerviosa. Las ahogadillas me horrorizan tanto como eso de subirse a los hombros de alguien y que te lancen al agua como si fueras un saco de patatas.

Pero tendré que hacer un esfuerzo y dejar que los amigos de mis hijos me pongan perdida. Trataré de reírme un poco de mi misma y dejaré atrás todos mis miedos y manías. Lo haré sólo por él.