La sociedad canaria debe sentirse orgullosa, e incluso cómoda, ante las imágenes que ha dado de sí el final del proceso de cambio de gobierno en su principal institución, el Parlamento. Ahora manda en él una coalición en la que marcan el ritmo los socialistas y pasa a la oposición el grupo de coaligados, Coalición Canaria, que durante veintiséis años ha dominado esa y muchas de las restantes instituciones. El momento de la toma de posesión se podía haber esperado tenso y difícil, y sin embargo los distintos implicados, los ganadores y los derrotados, los que ahora van a mandar y los que ya no disfrutarán de esa obligación y de ese privilegio, se mostraron conformes, caballerosos y educadísimos en el acto de cambio de rumbo.

Vi las imágenes desde La Palma, por televisión, y ya había visto fotografías del día de los discursos, naturalmente contradictorios, que se produjeron el día de la última controversia antes de las votaciones. Tanto unas imágenes como otras señalaban encuentros gratificantes posteriores a la natural riña parlamentaria. De eso es lo que digo que debemos congratularnos los canarios. La política se hace para confrontar ideas, a cara de perro si hace falta, pero después de la tempestad hay que ponerse a trabajar para evitar los diluvios y otras contrariedades a las que, seas de derecha, de centro o de izquierda, te somete la vida.

Naturalmente, la felicidad final de este proceso estaba en el lado de Ángel Víctor García y su familia, familiar y política. Tras veintiséis años fuera del poder máximo de las islas, los socialistas concentraron sus miradas en el pasado y en el presente, personificados en el veterano Jerónimo Saavedra, que perdió el poder en 1993, por una moción de censura de la que proceden Coalición Canaria y su largo mandato, y el joven Ángel Víctor Torres. En todos estos años, Jerónimo, isleño de todas las islas, cuyas capitales sentimentales para él son La Palma y Las Palmas de Gran Canaria, no ha perdido el pulso político, ni ha sido víctima de la morriña o la magua. Ha seguido activo en otras esferas de la vida, no sólo las del poder, y ha conseguido que su mente magnífica no derive hacia la ruindad: ha servido a su sociedad, a la que regala muchos talentos, sin mezquindad, esperando siempre lo mejor del trabajo de los otros y aconsejando en buena lid a los suyos y a los contrarios.

La presencia risueña, e incluso divertida, de ese octogenario esencial en la historia de Canarias fue un símbolo del contento socialista, sin duda, pero también de esa satisfacción que un canario debe sentir ante el desarrollo final de estos decisivos acontecimientos. Jerónimo es un ciudadano cabal, tiene por encima de las mezquindades partidarias la voluntad de ayudar, y no estaba allí tan solo para celebrar a los suyos sino para expresar ansiedad de futuro. El abrazo que se dio con su sucesor en el mando al frente de un gobierno que orientan sus compañeros fue un símbolo buscado por los fotógrafos, pero es también una metáfora de la historia. Aquella Canarias de la época en la que gobernaba Saavedra se benefició de la ansiedad de modernidad que llevaba en su cabeza el palmero-grancanario que se abrazaba con Ángel Víctor Torres, y éste a su vez se enfrenta a otras complejidades que evidencia la propia identidad del pacto (el de las flores) del que proviene su encargo de gobernar. En esa transmisión simbólica de poderes, entre Jerónimo y Ángel Víctor, hay muchos mensajes de cuya interpretación depende el futuro de nuestra tierra.

Y hubo, sobre todo, un abrazo conmovedor, el más verdadero e íntimo de todos, el que fundió en uno al padre y al hijo, al presidente nuevo y a su padre. En su principal discurso, el recién estrenado presidente de Canarias habló de su infancia, del lugar del que proviene, de la vida que tiene en la memoria, que se parece, en su humildad, a muchas de las que los canarios de muchas generaciones venimos. El símbolo de ese tiempo era el que, al final de los numerosos saludos y parabienes, se abrazaba al joven profesor que ahora es presidente de Canarias. El padre lloró, el hijo aguantó el tipo. Él contará algún día hasta qué punto ese abrazo fue el mayor voto de confianza de un pacto íntimo que tiene aún más valor que el pacto de las flores.