Ciudadanos vive días vertiginosos. Albert Rivera ya tiene el alta médica -ingresó de urgencias en un hospital madrileño por una gastronteritis-, su noviazgo con Malú se ha oficializado y la militancia mantiene los ojos abiertos como chernes ante las insólitas alianzas que firma su cúpula. Las bases de Santa Cruz de Tenerife, por citar un ejemplo cercano, jalean en un comunicado la heroicidad de Matilde Zambudio, Enrique Arriaga, Juan Ramón Lazcano y Concepción Rivero. La pregunta es clara y directa: ¿Quién patenta ese texto; quiénes están en la sala de máquinas de la singladura iniciada por Cs en la capital tinerfeña? Todo apunta a que se trata de una huida hacia delante en toda regla; una fuga sin control hacia ninguna parte.

Cs es un partido que tiene la L incrustada en su espalda en muchas instituciones del Archipiélago. Eso implica respetar unas normas de "conductor novato" que han saltado por los aires a la primera de cambio. Ciudadanos no ha puesto reparos en ir de la mano de Podemos. No es que los miembros de la formación liderada por Pablo Iglesias no merezcan su compañía, pero cuando alguien insiste hasta la extenuación en preguntar si "PSOE y Cs pueden terminar juntos", es porque uno de esos dos ingredientes le incomoda. El futuro que le espera a Cs en las Islas está por descubrir. Las incógnitas sobre la dimensión que le quieren dar a su idea de regeneración de la vida política son varias, pero el tiro que se ha pegado en el pie lo ha dejado medio cojo.