La sangre no llegó al río. Ni al Parlamento de Canarias. Ayer comenzó el debate de la investidura de Ángel Víctor Torres como nuevo presidente de la cosa macarronésica. Y a la tribuna subieron los heridos y los hirientes, para un debate pulcro y hasta respetuoso. Los transfuguismos, los insultos y demás lodos de las guerras locales se quedaron a las puertas de la cámara legislativa.

El candidato del pacto de las flores empezó su discurso metiendo el dedo en la llaga con una verdad difícil de discutir: existe una Canarias que no disfruta de la prosperidad que tiene la otra. La riqueza predistributiva no funciona bien -tenemos los segundo peores salarios de España- y la redistributiva no ha evitado que tengamos demasiadas miles de familias viviendo en precario.

Torres aseguró que todo eso va a cambiar, porque su gobierno es el cambio. "El cambio que esperamos somos nosotros", dijo citando a Barack Obama. Desde la tribuna se empezó a esparcir el polen de una primavera de ilusiones -que algunos pensarán ilusiones de un primavera- que exigirán unas necesidades de financiación extraordinarias. Subirá la inversión en educación hasta los dos mil quinientos millones, aprobará una renta ciudadana de inclusión social y un plan de construcción de viviendas sociales, acometerá la inversión en una educación de cero a tres años universal y pública, reducirá las listas de espera sanitarias y las de dependencia y, entre otros milagros, financiará un plan extraordinario de urgencias. Solo le faltó añadir, para rematar el optimismo, que nos mandará a todos los canarios una pata de jamón por Navidades. Que no te digo yo que fuera mala idea.

Habló de una especie de moratoria turística -lo llamó "modulación del crecimiento"- en determinadas zonas y defendió que hay que crecer en calidad pero no en cantidad de guiris. Anunció nuevas figuras tributarias y reformas fiscales; es decir, subida de impuestos. Y aseguró que creará otro clima político con Madrid para conseguir la financiación que durante los últimos años nos han negado terca y tramposamente.

El candidato socialista ya viene llorado de casa. Se le notó que tiene la mili hecha por el grado de cortés indiferencia con el que se tomó, con piel de rinoceronte, las intervenciones críticas de la oposición. Con Fernando Clavijo practicó aquello de Alfonso Guerra de "usted pregúnteme lo que quiera que ya le contestaré yo lo que me dé la gana". Con Asier Antona decidió no tomarse la molestia de tomárselo en serio. Y con Vidina Espino, como si oyera llover. O sea: tengo los votos, mañana me van a elegir presidente y escucho sonriente todo lo que me digan mientras pienso que realmente me la refanfinfla todo esto.

No fue un debate duro. Ni de lejos. En la envenenada charca política de Canarias, lo de ayer fue una gran pecera de aguas limpias y transparentes. Pero no hay que engañarse. Entre los setenta carísimos y excelentísimos peces multicolores hay algunas pirañas que todavía no han enseñado todos los dientes. Cuestión de tiempo.