Todos los días son una ocasión para pensar... Creo que hemos naufragado en las olas de la dialéctica; sin tener en cuenta el inspirador testimonio de la vivencia. Sí, el mismo que conforma la verdad, conmovido por la tenacidad del tiempo.

En otras épocas, ser ama de casa era presentar la vida al calor familiar, sucediendo así la obra más grande de muchas mujeres. La ingeniosidad de la necesidad, les hizo crear platos maravillosos; además, supieron ver que hasta con el polvo de la alacena se puede hacer sopa. Hace pocos días, en la carnicería, coincidí con una mujer de apariencia menuda, pero llena de sabiduría. La escuché pedir con la consideración del aprendizaje... Qué maestría haciendo la compra. La señora, con ímpetu, pidió: carne para guisar, una gallina, huesos de caña, callos de libro, lo enfatizó dos veces, y un pollo. Ah, y tres quesos, por lo que dijo, uno para cada hijo. Al verla comprar, pensé en el inmenso legado de las amas de casa. El mismo que se acerca al afán desde la composición de la necesidad y el esfuerzo. La figura del ama de casa, desde hace tiempo, dejó de ser emblema de familia. Pero, fíjense qué hipocresía, renegamos de la mujer que durante mucho tiempo le rindió homenaje a la familia, pero resulta que directa o indirectamente siempre están presentes. ¿Lo dudan? Son la audaz salvación de hijos y nietos. Jamás se apartan de la familia, han sabido encontrar en el guiso, el fundamento del amor y la entrega. Además aportan paz y serenidad todos los días del año. Sí, las mujeres de antes, le rinden cuentas a Dios. Las de ahora... ¿Hemos pensado que la abundancia es la ambición? No sé yo... Es bello observar a las personas que con poco hacen mucho. La señora de la carnicería me resultó una interesante lección de economía. Hay temperamentos que se excitan con lo sencillo, los mismos que llaman pasión a cocinar para los suyos. No cabe duda que ahora son otras épocas, en efecto, pero es bueno no perder memoria.

Qué de batallas se libran en los fogones...

Las generaciones siguientes siempre juzgan a las anteriores. Es la pedrada del avance a la historia: renegar de todo.

La señora Claudia, así la llamó el carnicero; me hizo probar uno de sus guisos antes de ser cocinado. Las formas humildes, en ocasiones, son las más activas. Sin hacer ruido, le prestan el aire a los afectos, y llegan a todos los lugares, incluido el corazón. Qué mujer... El colofón fue sublime, a la hora de pagar, sacó la cartera de entre la cintura, y con súbita naturalidad pagó al carnicero; después se marchó.

Los allí presentes sonreímos; hay personas que suscitan ternura. Sí, evocan la pureza de los afectos, y por naturaleza, son achuchables. Así es la vida, eternamente unida al pensamiento...