El expresidente español fue entrevistado en una radio catalana y sus declaraciones resultaron muy contestadas. No se desprendió de su inane pensamiento político: hacer política es dialogar y el diálogo es un fin en sí mismo. Ya dejó dicho que las palabras debían de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras: léase verdad, valores, principios, objetivos. Incluso indicó ante la sentencia del procés, que el Tribunal Supremo debería aquilatar su función constitucional a un fin superior: favorecer el futuro diálogo y la política. Rubén Amón en El País vino a tildar de peligroso para el Estado de derecho.

La supeditación del derecho y la ley a la política en un sentido mucho más profundo y teórico, de instancia de legitimidad soberana, ya estaba en Carl Schmitt, a distancia galáctica de la poquedad intelectual y nadería cultural de Zapatero. Es lo que pasa cuando te haces político profesional muy joven, y el único patrón de conducta ha sido coger las olas de popa, ceñirse tras los rebufos, ubicuidad entre camarillas, traspasar lealtades? Así se llega a presidente de gobierno con lecturas de informes, notas de prensa, ponencias de congreso, revistas, algún libro de moda, incluso sin formación académica. Es tal la ristra de Ni-Nis redimidos por la política del activismo de megáfono, que resulta muy injusta su crítica dadas esas inverosímiles proyecciones.

Qué podría ofrecer Zapatero sino divinizar la política en sentido espontáneo y literal de politiqueo, nada desde luego de derecho constitucional, separación de poderes, verdaderos resultados, dignidad. Tras su nueva declaración adolescente, la verborrea del político incide al dedillo en frases hechas, lugares comunes, muletillas, entonación afectada, ordenada vacuidad, torpes aforismos, melifluas palabras. Como con tan poca cosa ha llegado tan alto es lógico que absolutice el valor de la política: su negociado vitalicio sin opositar. Los intransitivos "hacer política"/politiqueo y dialogar permiten la sustitución del contenido inteligente y racional por una pauta moral, un camino de gracia y virtud siempre, invariablemente, que vender.

Zapatero tomó a préstamo un sintagma que tampoco entendía, "optimismo antropológico"; si tuviera un nivel cultural presentable sabría que la separación de poderes y el sistema de controles y contrapesos entre ellos, fueron obra de Jefferson, Franklin, Adams, quienes partían del "pesimismo antropológico". Su desconfianza de la veleidad, ambición, vanagloria, estulticia humanas, determinó bloquear esas inclinaciones insalvables con muros de garantías institucionales. Solo la ley impediría que políticos como Zapatero tuvieran tentaciones de sometimiento de los otros poderes al gobierno: la "política".