A veces me hablas de tu padre. Siempre me recuerdas que "te lo quitaron". No es lo mismo que alguien se te muera que te lo maten. La pérdida es distinta. Mi viejo se fue yendo lentamente, con esa horrible enfermedad que te borra los recuerdos, te transforma en un cascarón vacío y te consume. Al tuyo le volaron la cabeza de un disparo a bocajarro, por la espalda, en plena calle y delante de tus propios ojos. Es normal que no sintamos lo mismo. Yo le acompañé en ese viaje hacia ninguna parte. Tu te quedaste encogido de terror, escondido detrás de un coche, arrastrando hasta hoy un estúpido sentido de culpa por haber sentido miedo y por no haber hecho nadie sabe qué.

Compartimos el miedo a dejar de recordarles. A olvidar sus caras. Porque la vida te va llenando de cosas que ocupan el espacio de otras. Y de vez en cuando hay que pararse y sacar la foto de la cartera y echarle un ojo a aquellas arrugas y aquellas sonrisas. Y al poco tiempo que pasamos juntos. Y a lo mucho que los quisimos.

Pero acabo de enterarme de que tu padre solo era una página. Una hoja de papel, como su partida de defunción. Lo dijo Arnaldo Otegui. Un tipo brillante, un independentista íntegro y un gudari vasco que sigue creyendo que la pólvora y el plomo mereció la pena. Lo dijo el otro día en Televisión Española: lo de los crímenes de ETA es una "página pasada". Y una gran parte de la clase política de este país, cuya mediocridad desafía ya a los propios dioses, le concede parte de razón. Ahora resulta que el cadáver de tu padre, enterrado en ese pequeño cementerio de tus odios, solo es una página. Osea, agua pasada, compañero. Una víctima colateral.

Hay argumentos que producen vómitos. El tiro en la nuca no fue una patología inevitable. No es un cáncer mortal o un deterioro cognitivo incurable. Hubo gente que planeó y ejecutó el asesinato frío y consciente de otros seres humanos, que rompió familias, que arrebató las vidas de padres, madres, hijos e hijas. Que causó sufrimiento y a punto estuvo de acabar con nuestro sistema de libertades.

Televisión Española tiene todo el derecho de entrevistar a Arnaldo Otegui, aunque sea en unos momentos tan sospechosos: tan coincidentes con el apoyo a la investidura de Sánchez. No tiene mucho sentido matar al mensajero, aunque sea una vieja costumbre nacional. El asunto relevante son sus ecos sociales. Este país abomina cada día de la ultraderecha de Vox por sus mensajes reaccionarios en materia social, pero sin embargo aplaude como una evolución natural a quienes dejaron de matar solo porque, al parecer, había perdido "utilidad".

Mi padre se consumió como una vela. Le fallaron no sé que células, que algún día curaremos con una pastilla. Al tuyo lo asesinaron friamente. No es una página que se pueda saldar con dos palabras miserables, excepto en este país de gilipollas.