Estamos presentes en el esperpento de unos pactos políticos. En los medios de comunicación solo aparece el número de escaños y las combinaciones posibles, pero apenas se habla de compromisos sociales y políticos. Parece que diera igual qué proyecto y qué política se realice con tal de que la representación y el gobierno sea de "los míos". Un espectáculo esperpéntico. Porque, al menos por vergüenza torera, deberían ser los intereses sociales los motivos que dinamicen el diálogo entre las distintas fuerzas políticas. Me siento frustrado. Un poco desanimado. No percibo interés social en los diálogos encaminados a la configuración de los gobiernos del estado en sus diferentes niveles administrativos. Y una vez constituidos los gobiernos, la primera medida es revisar, normalmente al alza, la remuneración económica de los miembros del gobierno y de la oposición. Increíble de verdad...

Lo normalizamos diciendo que es "el juego de la democracia", que es el sistema que "nos hemos dado", que merece el respeto de todos porque en ellos está "la voluntad popular". Será normal, pero no es lo adecuado. Para estar en la acción política hacen falta una serie de valores morales y de conciencia social sin los que la democracia aparece como una señora enferma de gravedad.

Se me ocurren varios aspectos básicos que deberían estar presente en el currículo de los que pretenden administrar lo público en municipios, cabildos insulares, gobiernos autonómicos o nacionales. No son todos, pero los que señalo no deberían faltar.

Una clara y firme consciencia de que han decidido servir al bien común. No solo al bien del grupo ideológico, sino al bien de todas las personas de la sociedad. Eso se llama un horizonte universal de servicio público. Deberían inocularse, ademas, los anticuerpos que sean necesarios para incorporar la "alergia a la corrupción" como parte del ADN político.

Un firme propósito de respetar los principios y artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Como si de un credo religioso se tratara. Una defensa firme y fiel, incluso más allá de nuestra afiliación política. Porque estos derechos no son partidistas, sino universales.

Un compromiso ético inquebrantable en relación al bien y contrario a toda forma de acción u omisión malévola. Nada malo debe estar presente en nuestras palabras y acciones, en nuestras negociaciones o voto.

Un compromiso firme de respetar y cumplir la legalidad vigente que, incluso en las reformas legislativas que se propongan, busque siempre y solo el bien de todos. Debería haber cada vez más personas que, elegidas democráticamente, promuevan la libertad de voto en los organismos decisorios.

Cada vez que que se produce un esperpento como del que estamos siendo testigos, hacemos envejecer a la democracia. Y ya sabemos que, de ordinario, la vejez está cerca de la muerte.

* Delegado de Cáritas Diocesana de Tenerife

@juanpedrorivero