La propuesta por los jefes de Estado y de Gobierno de la UE de que la ministra alemana de Defensa, Ursula van der Leyen, que no había encabezado ninguna lista en las elecciones europeas, presida la próxima Comisión es una auténtica bofetada en la boca del Parlamento europeo.

Es cierto que el Spitzenkandidat (el cabeza de lista) del grupo ganador de las elecciones y primer candidato a ese puesto, el crisitianosocial bávaro Manfred Weber, era considerado un peso pluma cuando lo que se necesita es un peso pesado para dirigir el ejecutivo comunitario. Pero ¿quién decidió colocarle allí si se dudaba de su capacidad?

Una bofetada también a la democracia europea porque, al no ponerse de acuerdo sobre la idoneidad de Weber para el cargo, los países del grupo de Visegrado - Hungría, Polonia, la R. Checa y Eslovaquia- convertidos en grupo de presión, se negaron junto a Italia a secundar como alternativa a su rival, el cabeza de lista de los socialistas europeos, Frans Timmermanns.

Mal precedente esto último porque significa que gobiernos empeñados en erosionar el Estado de derecho en sus países, pisoteando así los valores fundacionales de la UE, son capaces de tumbar con su voto a un político decididamente europeísta como el holandés Timmermans sólo por haberles afeado abiertamente tales prácticas.

Pero lo ocurrido los últimos días en la UE significa sobre todo que el avance democrático que muchos creían haber logrado con la propuesta de que el candidato a presidir la Comisión fuera el de la lista más votada en las elecciones al Parlamento, institución que se vería de ese modo reforzada frente al Consejo, ha terminado desvaneciéndose.

Finalmente la decisión ha correspondido a los jefes de Estado y de Gobierno, como venía siendo práctica y pretendía desde el primer momento sobre todo el presidente francés, Emmanuel Macron. El Parlamento se limitará una vez más a votar si ratifica o no esa propuesta, y muchos de sus miembros han manifestado ya su ira.

Pero aquí nadie se salva, pues si Macron desairó abiertamente a la Cámara europea, la canciller Angela Merkel, calculó mal las resistencias que encontraría en el seno de su propio partido al seguir al francés y dejar caer a su candidato Weber.

Algo que aquélla pudo reparar en un segundo momento al conseguir que los demás jefes de Estado y de Gobierno aceptaran un paquete en el que el mayor trofeo sería para su correligionaria von del Leyen, una veterana política que un día sonó incluso como su posible sucesora en la cancillería.

Las larguísimas negociaciones para acordar los distintos nombramientos demostraron las dificultades que hay para llegar a compromisos en una Europa en la que los nacionalismos van en auge, aunque al final pudo salir un paquete de propuestas aceptable para el Consejo, pero una píldora amarga para el Parlamento.

Es como si cada país pensase sólo en colocar a los suyos, y no en el conjunto de Europa: así, Francia propuso a una francesa, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, para el Banco Central Europeo; España, al socialista Josep Borrell para encabezar la política exterior y de seguridad, y Bélgica, al primer ministro de su país, el liberal Charles Michel, como próximo presidente del Consejo.

El líder del grupo socialista europeo y frustrado candidato a presidir la Comisión, Frans Timmermanns, tendrá que contentarse con una de las vicepresidencias, al igual que la candidata del grupo liberal, la valiente danesa Margrete Vestager, quien, como comisaria de la Competencia, plantó cara en su día a las poderosas multinacionales estadounidenses..

Veremos que tiene que decir ahora de todo ello el ninguneado Parlamento. Si éste rechaza el paquete que le propone el Consejo, tendremos una nueva crisis entre las dos instituciones. Y al otro lado del Atlántico, Donald Trump, se frotará una vez más las manos.