El pacto de las flores, cuatro especies diferentes en la misma maceta política, ha despertado por igual alarmas y esperanzas en las islas, divididas entre quienes quieren echarles fertilizante o los que preferirían un herbicida. Los cambios de régimen político tienen esas cosas. Cuando los partidos se pegan demasiados años en el poder -y todos, absolutamente todos, lo hacen si pueden- su salida siempre es traumática. Hay mucha gente expulsada, pero en la otra cara de la moneda, se produce el desembarco de un número similar o incluso mayor de nuevos cargos que tienen asegurados cuatro años de prosperidad.

¿Pero cuatro años de prosperidad? ¿Seguro? ¿Podrán sobrevivir juntas esas especies tan diferentes? El reinado político de Angel Víctor Torres empieza con algunas incertidumbres que pueden marchitar las flores de junio. Una debilidad del actual diseño de poder es que se asienta en líderes políticos de Gran Canaria. Después de tantos años de mantener que el mango de la sartén lo tenían los malvados chicharreros, ahora ocurre claramente lo contrario. Hasta tal punto que el desalojo de los nacionalistas se vende en Las Palmas como el fin de la era del dominio de Tenerife. No hace falta ser un lince para saber que el nuevo Gobierno va a estar bajo la lupa de un aletargado insularismo tinerfeño que renacerá a las primeras de cambio.

En segundo lugar, a nadie se le esconde -y menos que a nadie al propio Torres- la alargada sombra que proyecta Román Rodríguez en esta nueva etapa. Controla la vicepresidencia, el bolsillo del Gobierno y la televisión y la radio públicas. Y no hay que olvidar que es el único de los protagonistas del gobierno del cambio que ya fue presidente cuando estaba en las filas de los que ha cambiado. Sabe lo que es estar al mando.

Román es un tipo muy listo, aunque padezca el pequeño problema de que quiera hacérselo saber a todo el mundo. Debe conocer, por tanto, que los buenos platos hay que hacerlos a fuego lento. Más que nada para que la rana no se entere de que la están guisando. Pero a veces las urgencias nos pierden. Y las ganas de revancha, después de tantos años chupando rueda. El ritmo con el module su inevitable protagonismo mediático -que muchos aprovecharán para echar leña al fuego de los recelos entre las flores- va a marcar parte de la buena salud del pacto.

Lo primero, en todo caso, será cerrar la herida abierta del Cabildo de Gran Canaria. La altanería negociadora de Antonio Morales ha terminado llenando la cachimba de los socialistas, que le han mandado casi a freír puñetas. Dejar ese asunto sin arreglar y a Morales en minoría, en el falso dolce far niente de que está blindado por el pacto regional, es temerario. Tarde o temprano habrá una crisis de gobierno en el Cabildo que podría terminar afectando a la maceta regional. Torres ha sido muy generoso con Nueva Canarias. Tanto que sería impensable que ese partido se convirtiera en un factor de inestabilidad de su ejecutivo.

Alguien pensó en llamar a este pacto como el de las flores. Por aquello de la rosa socialista. Pero la cabra siempre tira al monte. Por mucha voluta y floripondio que le hayan colgado al cuadrilátero gobernante, su estilo no va a ser el gótico florido, sino el románico. Que como todo el mundo debería saber es un arte muy influenciado por el cristianismo. Esa religión que predica que si tu ojo te escandaliza más vale que te lo saques con un tenedor.

Hay asuntos sociales pendientes de resolver en Canarias que son la gran asignatura de este mandato. La pobreza, la exclusión social, las pensiones no contributivas, el paro o la financiación del Estado están esperando la respuesta de unos nuevos gobernantes que, en la oposición, decían tener las soluciones para que Canarias deje estar a la cabeza de todo lo malo y a la cola de todo lo bueno. Merece la pena tener la esperanza de que sabrán hacerlo.

Aún está por ver cómo funciona el nuevo Gobierno pero las cosas tienen una tozuda inclinación a convertirse siempre en lo que parecen. Y en este nuevo escenario de poder el nacionalismo de Gran Canaria, antagónico de su primo tinerfeño, emerge como la pieza política más relevante del engranaje del nuevo régimen. A ver cómo gestiona ese momento de gloria por el que tanto han esperado.