Estos días todo el mundo vuelve a hablar del asesinato de las tres chicas de Alcàsser, un hecho que ocurrió en noviembre de 1992. Hace poco se ha estrenado un documental de Netflix. Y hace pocos días ha muerto el periodista -y supuesto criminólogo- que difundió las teorías más disparatadas sobre los autores de los crímenes en un programa de televisión. Recuerdo los programas -"Esta noche cruzamos el Mississippi"- y recuerdo las intervenciones del periodista, que iba acompañado por el padre de una de las niñas. En vez de aceptar las conclusiones de la investigación -probadas en el juicio-, el padre y el criminólogo se inventaron una trama de "gente muy poderosa" -jueces, políticos, policías- que habían creado un grupo clandestino de consumidores de "snuff movies" (películas de contenido sexual que contienen torturas y asesinatos reales). Según esta teoría, estos personajes poderosos habían pagado a unos matones para que secuestraran a las tres chicas y rodaran con ellas una "snuff movie". Es decir, que los asesinos reales habían sido los dos inculpados -Antonio Anglés y Miguel Ricart-, pero los verdaderos responsables habían sido esos "hombres poderosos" que habían financiado los asesinatos para consumir los vídeos. Como prueba, el criminólogo y el padre decían tener una cinta de vídeo que demostraba lo que ellos decían. Poco tiempo antes de morir, el criminólogo seguía empeñado en decir que guardaba la cinta en un lugar seguro.

La hipótesis de la trama criminal de consumidores "poderosos" de "snuff movies" era un disparate completo, pero cientos de miles de personas se la tragaron y aún ahora se la siguen tragando a pies juntillas. ¿Por qué? Porque la hipótesis de que hay gente poderosa -siempre oculta y siempre maquinando en la sombra- nos seduce y a la vez nos exime de toda responsabilidad moral. Y más que preguntarnos cómo fue posible que dos raterillos de poca monta hicieran lo que hicieron con aquellas tres pobres chicas, nos gusta imaginar que hay una especie de secta de degenerados que mueve los hilos de las acciones criminales que nos resultan incomprensibles. De hecho, la teoría de la casta culpable de todos los males que habían provocado la crisis económica -la teoría que surgió con gran éxito a partir del año 2014- ya estaba larvada en las supercherías que se difundieron sobre el crimen de Alcàsser. Ahí estaban esos seres poderosos -siempre ocultos, siempre impunes-, manejando la realidad a su antojo: provocando crisis económicas o encargando "snuff movies", lo mismo daba.

Según se demostró en las investigaciones, Anglés y Ricart eran dos camellos de poca monta que torturaron y mataron a las chicas de Alcàsser en una caseta semiderruida perdida en el monte. Si era verdad la teoría conspirativa de las "snuff movies", ¿dónde tenían los reflectores, las cámaras, los equipos de rodaje? ¿Y quién podía fiarse de dos camellos -uno de los cuales, Antonio Anglés, era un adicto a la cocaína que había desarrollado una psicosis incontrolable- para montar una red de secuestros y filmaciones clandestinas? Y además, si esa famosa cinta existía, tal como decía el supuesto criminólogo, ¿cómo era posible que nadie la hubiese visto ni la hubiese difundido, si vivimos en uno de los países más chismosos y morbosos del mundo?

En realidad, bastaba pensar con un mínimo de frialdad -y de lógica deductiva- para darse cuenta de que la teoría de la conspiración era un disparate sin pies ni cabeza. Pero durante varios años -cinco o seis, o incluso más- el falso criminólogo y el padre de una de las niñas aparecieron en los platós de televisión y fueron difundiendo la teoría. Al padre de la chica asesinada se le puede disculpar -o al menos yo creo que habría que disculparlo-, porque cuando alguien vive lo que tuvo que vivir él hace cualquier cosa con tal de no volverse loco. Pero lo que hacía el falso criminólogo (y los productores y presentadores de los programas de televisión que daban credibilidad a sus absurdas acusaciones) no tenía nombre. De hecho, el criminólogo y el padre fueron condenados, a finales de los 90, en un juicio por injurias y calumnias. Qué novela habría escrito Simenon con estos dos personajes reales.

Y lo mejor de todo es que nadie -o muy poca gente- quiso enfrentarse con la cruda realidad de los hechos. El periodista Joan M. Oleaque -un periodista de verdad- la contó en un libro extraordinario -"Desde la tenebra"-, que encima apareció tres años después del crimen, en 1995. Pero el libro pasó sin pena ni gloria y ahora mismo está descatalogado (en sus dos versiones en catalán y castellano). Y lo que contaba Oleaque -que era lo mismo que se había demostrado en el juicio, sólo que rastreando en la vida anterior de los dos quinquis que mataron a las chicas- se merece dos o tres documentales enteros. ¿De dónde surge la fascinación por la violencia, la psicosis, el deseo de matar? Ésa es la realidad que nadie quiere ver.