Muchos ciudadanos de bien, de esos que fueron esperanzados a depositar su voto para ver si con su acto democrático podían contribuir de alguna manera a cambiar algo el entorno de sus cotidianas vidas; entendiéndose como tal la limpieza de sus barrios; la mejora de las calles y aceras; que la guagua venga a su hora y, a hacer posible, con más frecuencia; que la pensión de los mayores se mantenga al menos en función de la subida del coste de la vida; que haya guarderías asequibles para todo tipo de bolsillos, colegios públicos limpios y bien mantenidos, con una comida decente y equilibrada, y donde se proporcione una enseñanza sin adoctrinamientos partidistas; que los impuestos sean los adecuados pero nunca arbitrarios ni excesivos, ya que lo único que se consigue con ello es destruir a la clase media y, por tanto, menoscaban la prosperidad y el desarrollo de toda la sociedad; que las infraestructuras se mantengan y sean funcionales y, sobre todo, practicas; un sistema de salud y asistencia sanitaria sin masificaciones ni listas de espera interminables?, en fin, las cosas cotidianas que el elector exige a las personas que vota y a los partidos que éstos representa. Nada del otro mundo.

Pero los españoles somos diferentes hasta en la hora de ejercer e interpretar lo que es la política. Porque una cosa es lo que se vota y otra muy distinta el resultado de todo el conglomerado de coaliciones que los partidos, una vez obtenido los votos, hacen y desasen a sus anchas sin miramientos ni peso de conciencia alguna: y lo hacen con postureo, sin luz ni taquígrafos, a través de lo que se ha dado en llamar la geometría variable de los pactos, que viene a ser un totum revolutum donde cada partido coge dichos votos y los subasta al mejor postor - como hacen los camareros del famoso chiringuito de Málaga El Tintero-, o los venden, o los prestan, o los intercambian por favores o por sillones, o bien se reparten los puestos por años o por cuatrimestres?, mostrando con ello la corrupción de la representación política, además de romper con sus vergonzosos actos la fe democrática de los electores y el espíritu y los principios iniciales de toda democracia representativa. Al final, echaremos de menos el bipartidismo o tendremos que optar por una segunda vuelta, incluso para elegir a nuestros representantes más cercanos y significativos.

Pero a nadie parece importarle lo más inmediato, el resolver las preocupaciones más cotidianas, el solventar las necesidades más acuciantes?, como puedan ser las pensiones que, junto con los continuos ataques de los partidos independentistas hacia la unidad de España y en contra de la Constitución, representa sin duda uno de los problemas más evidentes y apremiantes. No hay que olvidar que el Tribunal de Cuentas ha puesto en evidencia que la Tesorería General de la Seguridad Social está en números rojos -quiebra técnica-, tras perder más de 100.000 millones de euros desde 2010. Es verdad que, tal y como están las cosas, y según asevera la ministra de Trabajo, las pensiones se seguirán pagando y su continuidad en el tiempo no está en duda ya que dicho pago está avalado por el Estado. Pero una cosa es eso y otra muy distinta es que la pirámide de edad en España ha cambiado radicalmente; de hecho, ya son más los que reciben una pensión que los que trabajan para aportar las cotizaciones sociales suficientes como para poder pagarlas.

Efectivamente, el sistema de pensiones arrastra un déficit estructural desde hace tiempo, por consiguiente, el Estado ha venido parcheando la deuda sacando dinero de la hucha de las pensiones (el fondo de Reserva de la Seguridad Social); además de las transferencias vía impuestos, sacados de los presupuestos del Estado; y, por último, a través de la emisión de deuda pública. Todo esto es un parche, puro maquillaje o, más bien, un globo que se va hinchando hasta que a alguien -a algún gobierno le ha de tocar-, explote sin remedio. No hay que olvidar que cada año se ocasiona un agujero de 20.000 millones que va in crescendo sin control ni medida. El sistema no funciona porque se creó para unas condiciones de población trabajadora que ahora no se da. Por tanto, es urgente llevar a cabo una reforma del sistema de pensiones acorde al siglo XXI, y es menester que los políticos que se reúnen una y mil veces en el Pacto de Toledo, decidan y adopten, de una puñetera vez, una solución a un problema urgente para evitar en lo posible que, si vuelve una nueva crisis económica -que tal y como están las cosas no sería descartable-, o bien se vuelvan a congelar las pensiones o, mucho peor, se les tengan que aplicar algún recorte.

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