Las únicas palabras lúcidas sobre la confusión entre éxito y fracaso en la acción política suelen escribirlas los poetas; las más indigestas son obra de los analistas del género; las más necias, teñidas por la mentira interesada de la declaración oficial, las disparan sin apuntar los profesionales de esa misma política, con su habitual carga de incultura, su desprecio a la inteligencia y su irresistible vocación falsaria. En ocasiones, algunas miradas se dirigen sobre el territorio en el que han nacido, al que han regado con sus excreciones y del que han captado sus luces y sus sombras. A veces, esa mirada procede de la angustia del exilio, como ocurrió en el caso de España tras el triunfo del golpe militar de 1936, sembrando la semilla de la desolación y cincelando en piedra un monumento al dictador. Una de esas miradas fue la de Max Aub, quien, tras su marcha en 1939 y treinta años de ausencia, se bajó de un avión en Barcelona en agosto de 1969 y anunció con claridad su punto de vista: "he venido, pero no he vuelto". Nada de lo que vio en apenas tres meses le hizo cambiar de opinión; entre otras cosas, porque no pudo o no supo tomar contacto con el entorno de la clandestinidad y los movimientos que se producían en la universidad española, lo que le proporcionó una visión extremadamente negativa y, en este sentido, alejada de la realidad. Como él mismo escribió en el prólogo, "No pretendo la menor objetividad? No soy sectario; pero, aunque parezca mentira, no sé mentir; inventar, de cuando en cuando?". En cualquier caso, el choque con la España que encontró, con la calle que pisó y los periódicos que pudo leer, no era "su España", como contara en La gallina ciega, el libro en el que, a modo de diario, describiera el miserable escenario intelectual y moral que se respiraba en 1969, con un gobierno formado por una combinación de militares -hasta cinco- y miembros del Opus Dei, y en el que Manuel Fraga Iribarne constituía la guinda intelectual del undécimo gabinete de la dictadura. Fue a Fraga, por entonces ministro de Información y Turismo, a quien enviara un ejemplar recién editado -si bien dirigido al "Excelentísimo Señor Ministro? sea quien sea"-, rogándole que diera las órdenes necesarias para permitir su venta en España. No tuvo mucho éxito, porque el libro tuvo que publicarse en México, a su vuelta, y no fue hasta 1995 -anteayer, como quien dice- cuando se hizo la primera edición española de La gallina ciega. Para el cronista escéptico de esta época es inevitable pensar en la impresión que a Aub le hubiera producido la España actual si pudiera echar un vistazo, si sufriese a diario las intervenciones políticas, la exhibición de sectarismo, la incapacidad para pensar más allá del negocio inmediato, la aniquilación de la memoria, la farsa de la estrategia y la amenaza a las libertades que se está organizando, a caballo, con sotanas, cruces y correajes.