Dicen que la envidia es el pecado capital de los españoles. Yo reconozco que sufro de envidia extrema por culpa de las viñetas de Padylla, aquí al lado, demostrando que se puede editorializar sobre lo que ocurre haciéndolo muchísimo mejor que uno y en mucho menos espacio. Por eso me conforta que Padylla también se equivoque: recordarán ustedes ese chiste inolvidable, el día después de la firma del 'pacto de las flores', con Curbelo vegetalizado en desafiante planta carnívora, mientras los otros tres firmantes -Ángel Víctor Torres, Román Rodríguez y Noemí Santana- vestían sus florales atributos? Reconozco haberme reído a mandíbula batiente. Pero ahora sé que Padylla se equivocó, como nos equivocamos todos: la planta carnívora de este Gobierno no es Curbelo con sus pretensiones, sino un hiperabonado Román Rodríguez, que el martes logró arrancarle al socialista Torres la mitad efectiva de su propio Gobierno, de una única dentellada, convirtiéndose por irresistencia ajena en el hombre fuerte de Canarias. Para él son la vicepresidencia y la consejería de Hacienda, y todo por el módico precio de cinco diputados, apenas uno más que Podemos, partido florecilla del bosque, compensado con un cascajo de consejería creada 'ad hoc', para meter dentro todos los retales de lo social: derechos (sólo enunciados), juventud, y los antónimos igualdad y diversidad, en un departamento de nueva planta con un nombre que ocupa más sitio en el papel que su ficha financiera.

Lo que ha agarrado el habilidoso Rodríguez es bien distinto: ha logrado el control del presupuesto, las relaciones con Madrid, la defensa del fuero, la negociación de los convenios y la financiación, además de otras vistosidades de menor enjundia, como la tele canaria o la portavocía fáctica de los grandes asuntos de Canarias. Rodríguez se lo ha currado estupendo: me quitaría el gorro si lo usara. Ayer paseaba don Román por los salones de Teobaldo Power su porte de galán egipcio, con la fina estampa del vencedor: ha logrado que el PSOE le entregue las llaves del poder real, sin que a su simpático secretario general se le torciera un pelo del bigote, ni siquiera cuando los socialistas grancanarios dieron la espantada en el Cabildo y se situaron voluntariamente en la oposición, ante la decisión de Antonio Morales de negarse a hablar siquiera de ceder la misma consejería que Torres se ha dejado arrebatar con displicente despreocupación. Uno no entiende (o quizá sí) por qué Torres ha aceptado rendirse sin pelear. Sobre todo porque su Presidencia no está ya en almoneda: a fin de cuentas, Rodríguez es tan cautivo de este floral acuerdo -y tan necesitado de él- como el propio Sánchez, o quizá más. Lo que ocurre es que Rodríguez ha peleado por lo que quería con más empuje y habilidad de la que Torres se ha valido para evitarlo. Tenemos, pues, un Gobierno aquejado de bicefalia, con dos cabezas: una decidida a no complicarse, y la otra dispuesta a mandar, a ocupar cualquier resquicio en que le dejen colarse.

Frente al régimen carnívoro de la Dionaea muscipula romaní, la de Casimiro es una flor a lo sumo levemente hurticante, la de Noemí una vaina seca y vacía, y el jardín del presidente entrante, un descuidado plantel de acelgas y lechugas.