Debe ser duro para al director de un periódico colgar el teléfono, mirar a la pantalla del ordenador, en blanco, y no reconocerse. Hay que respirar hondo para poner a precio barato a tu dignidad profesional y firmar un artículo de miseria para satisfacer la voz del amo y que no te mueva de ese sillón que tantos sapos ha costado.

Hay que tragárselo: es solo un artículo más, una portada más, una sonrisa falsa. La vergüenza cae sobre los profesionales que ven cómo se juega con su prestigio y su trabajo pisoteados por la mezquindad. Al fin y al cabo tienes que sobrevivir y hay que reconocer que nadie ha durado tanto en un cargo en el que estómagos más débiles y cabezas más lúcidas claudicaron ante la conciencia. Puedes seguir amenazando Director. No podrás.

Es un día triste para el periodismo porque vuelve a morir. Pretenden dominar gobiernos a golpe mortal de portada y exigir un pedazo de pastel sin presentarse a las elecciones. Lo positivo de este asunto es que queda escrito que no tengo precio, porque ni muerto dejo de ser un buen chivo expiatorio para decirle al nuevo Gobierno quién manda y que no hay paz para los malvados que no obedecen. Que el amo no tiene piedad.

Pero a esa sombra alargada le recuerdo que hay justicia y que los que hacen trampas pierden. Estrepitosamente. Dispárame Director, yo ya estoy muerto. Pero cuídate de los muertos.