Ha causado cierta alarma informativa el hecho de que José Luis Rodríguez Zapatero se haya declarado a favor de estudiar un indulto para los presos del procés y mostrado, a la vez, partidario de que la sentencia no comprometa el diálogo con los acusados de rebelarse contra la democracia española. El revuelo no se produce porque haya hablado un expresidente de Gobierno, ni siquiera por haberse expresado de esa manera; en realidad ya estamos acostumbrados a ello. Yo creo que la alarma procede de la sospecha de que detrás de las palabras de ZP están las de Zetapedro y estas son lanzadas al espacio como los globos sonda. O lo que es igual, conviene allanar el camino del indulto por si la solución de la Presidencia exige en un futuro inmediato ese tipo de concesiones. De no ser porque existe ese fundado temor, las declaraciones precipitadas de ZP sobre los indultos de unas penas que todavía no se han dictado no tendrían mayor importancia que las de cualquier otro político meando fuera del tiesto. Cada uno dice lo que le parece, y en su caso haber sido presidente del Gobierno no le ata a coherencia intelectual alguna: aquello fue un inexplicable y cruel castigo del sufragio universal que el propio Zapatero se encargó de confirmar siendo inquilino de la Moncloa y una vez que dejó de serlo con sus actuaciones posteriores. Entre ellas las más disparatadas han sido precisamente las que han tenido que ver con la mediación. Ahí está para demostrarlo el caso de Venezuela y su predisposición a equivocarse en favor de Maduro. Si la salida para la cuestión catalana es política y consiste en el diálogo, camino que hay que transitar y que no tiene que ver con el judicial, es preferible disuadir a ZP de sus inclinaciones mediadoras para poder evitar, al menos, una guerra civil.