Ciudadanos, en Canarias, como en la gran mayoría de las comunidades autónomas, no se ha enfrentado en los últimos ocho años a una carencia determinante, como es su bajísima implantación territorial. Su problema básico: no es un partido de miles de militantes, con raíces municipales, vecinales o asociativas. Su esquema operativo es más similar al de un club de profesionales de clase media alta que realizan fichajes electrizantes en épocas preelectorales. Ciudadanos (en Canarias) es una organización políticamente autista que no se relaciona con ninguna entidad animal, vegetal o mineral, ni siquiera consigo misma. Elegir a Vidina Espino -su responsable de Comunicación- como candidata a la Presidencia de Canarias en las pasadas elecciones autonómicas fue un auténtico disparate. Una broma enloquecida. La señora Espino -una cualificada profesional de la televisión- carecía de la más modesta experiencia política o de gestión. Absolutamente ninguna. Nada de nada. A mí se me antojó una crueldad delirante. Era evidente que el Gobierno que saliera de las urnas el pasado mayo sería el fruto de una inevitable y compleja negociación política. Y Espino no había negociado jamás un Gobierno. Ni siquiera una concejalía. Cuando en un debate electoral enarboló como mérito prodigioso veinte años de cotización en la empresa privada se me encogió el corazón de ternura, pero también de asombro ante un argumento destinado a fascinar al electorado.

Finalmente, como debieron comenzar los baños en la piscina de pirañas de la negociación, alguien decidió también que junto a Espino, debería figurar Teresa Berástegui, quien se había pasado los últimos cuatro años votando en el Ayuntamiento de La Laguna junto a Unidos Podemos, bajo la mirada patriarcal y con el consejo siempre desinteresado de Santiago Pérez. Básicamente había negociado con la izquierda propuestas y mociones contra el gobierno municipal de José Alberto Díaz. Pero Espino descubrió, quizás con cierto asombro, que Berástegui parecía extremadamente partidaria de un gobierno de centroderecha que incluyera obviamente a Coalición Canaria. Comenzaron las idas y venidas. ¿Qué podría salir mal?

Antes habían salido mal los resultados: dos diputados y un apoyo estancado o declinante en casi todos los ayuntamientos y cabildos. Después salió mal toda la negociación. Cabe intuir que los representantes de Ciudadanos no se enteraban esencialmente de nada. Por eso la dirección nacional del partido está decidida a fulminar a la dirección canaria: todo ha sido desorden, despiste, cantidades ingentes de chismorreos, confusión e ineptitud. Y en absoluto significa eso que la condena de Espino y sus compañeros sea un viático para los dos concejales del Ayuntamiento de Santa Cruz, porque una de las acusaciones de José Manuel Villegas y su equipo es que ambos ediles actuaron por libre sin que fueran sometidos a disciplina alguna. Sin embargo, queda por responder algo que deriva de una obviedad: Vidina Espino no se coronó a sí misma candidata presidencial ni es responsable de la guerra civil de corbatas y zapatos de tacón que ha estallado silenciosamente en Ciudadanos. Los que hacen los casting en grandes y fracasadas producciones siempre pretenden irse de rositas.