Hace un par de noches escuché a un sociólogo hablando de los políticos, de esa cada vez más abundante especie que llega a la política con la intención primera de hacer de ello una profesión. Algo como la política que tiene como origen mejorar la vida de los demás ellos la han utilizado para mejorar la suya. Hablaba el hombre de esos personajes que teniendo una escasa formación se han dedicado a manejar el dinero público. Se reía el sociólogo relatando haber estado en política veinte o treinta años. Y entonces, le preguntaban, de dónde nace el apego a los cargos y el entrevistado no solo dijo "no saben hacer otra cosa, se reúnen de iguales para tener cerca esa voz que a cambio de un sueldo le riegan de flores". Pero, advirtió, conocerás su perfil más peligroso cuando vea peligrar su posesión.

Entonces recordé las imágenes que nos devuelven al mismo político año tras año, década tras década, treinta y pico años después, más viejo, más torpe, más endiosado y el mismo discurso hueco. La misma mediocridad, idéntico cansancio. Estos meses en los que las campañas electorales, los pactos, etc., han envenenado la vida pública, nadie oculta que vota con los dedos en la nariz porque solo así es posible. Depositamos la papeleta como un cheque al portador a sabiendas de que con él harán lo que les venga bien. Prestan, venden, negocian. Viendo estos días la guerra de los pactos antinatura es fácil sentir desprecio hacia la política y sus personajes. Vendedores de mentiras, charlatanes de feria. Los que creen que su lucha por alcanzar pactos tiene otro beneficiario que no sean ellos, son bobos. Viven con la cartera abierta esperando la generosidad ajena y no mueven un dedo para regenerar la vida pública, eso les importa poco. Todos sabemos que la película tiene el mismo final.

Mantener sus privilegios.

No esperen nada.