Me comentaba recientemente un referente internacional en comunicación política que la política tiene mucho de súperhéroes y las campañas electorales también. Esa sensación de soledad, esa sensación de estar perseguido o tener un enemigo permanente y a la vez la presencia de ese codiciado objeto mágico, tu marca, tu reputación, que te hace sobrevivir y salir airoso de mil batallas. Ese problema social que abanderas, que te genera conexión y que te hace diferenciador.

El liderazgo político tiene dos vías, que en ocasiones convergen: el éxito mediatizado por el desarrollo de una marca, basado en un liderazgo personal, o el éxito de una gestión impecable ausente de esa marca personal.

Hay ocasiones en las que al cierre de ese periodo de gobierno no se han consolidado ninguna de las dos vías o, mejor dicho, la marca personal existe ausente de estrategia o de coherencia con los valores de la persona que desempeña el cargo publico; pregúntate siempre qué hoja de ruta quieres que defina esos cuatro años máximo de gobierno.

Cuando tengo la oportunidad de estar con cargos públicos que triunfan en sus políticas municipales, me explican sus éxitos desde la esfera del consenso, desde ese contrato que establecen con la ciudadanía expresado por su programa. Me hablan de la inmediatez en las acciones, en no perder mucho tiempo; "cuatro años se pasan volando y hay que aprovecharlos", y los asesores añadimos que el año antes de la elección se percibe ya como campaña, perdiendo esa efectividad de credibilidad extraelectoral.

Mi relevo en política. Esa clase que demostramos en nuestra salida puede con todo. Puede con nuestra reputación, incluso hasta nos encumbra más que la gestión política desplegada mientras se gobernaba.

A mayor grado de vulnerabilidad durante nuestra trayectoria, más control emocional en la salida. La sensación de que todo está bajo control te adormila, te introduce en esa caja de aislamiento, de observar una realidad propia y mal entendida como única. Esa ausencia de diseño de ese Plan B, en el que tanto le insisto a mis clientes, provoca un mimetismo con el poder que te lleva en ocasiones al inicio del descenso.

Líneas rojas. Me recuerda a esa canción de Alejandro Sanz, "A veces, por qué es tan difícil vivir, vivir, solo es eso, vivir. Cuando nadie me ve, pongo el mundo al revés?". La verdad es como un diamante al que le da la luz; la verdad está hecha de todos los colores y nadie tiene la capacidad de verlos todos, por eso cada uno ve su verdad.

Somos dueños de valorar nuevamente esas líneas rojas, de hacernos nuevos planteamientos por un interés general. Quizás tenemos el deber de romper líneas rojas para equilibrar fuerzas, sólo podemos cambiar las cosas desde el otro lado, y para ello hay que estar. A nuestra política le faltan esos golpes de efecto necesarios, en ocasiones inmediatez en la toma de decisión.

Nunca es la velocidad la que te mata, sino la parada repentina. El enemigo no es el otro, el enemigo es el problema, así lo decía Jamil Mahuad (expresidente de Ecuador).

¿Te cuento un cuento? Ayer regresaba de viaje y pensaba en el avión de vuelta en una historia que me han contando distintas personas a lo largo de mi vida, y siempre me aporta; quizás, porque depende de nuestro estado de animo en cada momento, para llevártelo a tu historia de vida y así aplicarlo.

Había un rey muy rico en una corte lejana, llevaba muchísimo tiempo en el poder y sus equipos eran de mucha confianza, tanta que el rey les consultaba cualquier decisión importante. Al conmemorar su reinado, y como era muy coqueto y cuidadoso, invitó a los mejores diseñadores para que le hicieran un traje para la ocasión. Los diseñadores vivían en una casa anexa a la Corte; era tanta la diversión por las conmemoraciones que llegaba el día de la celebración y los diseñadores no acertaban a dar con el modelo adecuado. Y ante el temor que le tenían al rey, decidieron presentarle un maniquí desnudo con el argumento de que sólo las personas inteligentes serían capaces de valorar el diseño del modelo. El rey consultó a su Corte sobre lo adecuado del modelo, a lo que todos comentaron que el modelo seria espectacular para la ocasión. Así, que el rey se desnudó, le pusieron el inexistente vestido, se montó en su caballo y desfiló por toda la Corte, ante el asombro de sus súbditos. De pronto, un niño que jugaba durante el desfile se paró a los pies del caballo del rey, y el niño al verlo exclamó: "Pero si el rey va desnudo". Pienso que ojalá no perdamos la ingenuidad, la inocencia que nos permite ver lo obvio y decirlo, sin temores y a la vez con ese gran respeto.

*Psicóloga. Coach Político. CEO ETIK

@EtikMaite www.etikpolitica.es