Estabilidad es el reclamo popular, ciudadano, más escuchado ahora en cualquier reunión, coloquio o conferencia. Ya superamos los reiterados trámites electorales, los previstos -municipales, autonómicos y europeos en mayo- y las sorpresivas elecciones legislativas de abril, para determinar quién gobernará España. La ciudadanía cumplió. Ahora es el turno de los políticos. Pero, casi dos meses después, su trabajo está por hacer y persiste la incertidumbre, aunque no se vea otro horizonte que un Gobierno presidido por Pedro Sánchez, o repetición electoral, como ya sucedió en 2016. ¡Y a punto estuvimos de ir a unas terceras! No hay alternativa. Se reclama una solución y, además, se exige que sea garantizando estabilidad: para las empresas, para el empleo y las inversiones internacionales.

Empieza a instalarse la sospecha de que a algunos de los jóvenes políticos que aspiran a gobernarnos lo que más les gusta es vivir en campaña electoral. Reciben aclamaciones de sus partidarios, músicas y fiestas. Sueñan con lograr gobiernos, o liderazgos, y se creen encuestas a medida de sus aspiraciones. Gobernar, o dejar gobernar, ya es menos atractivo. Pero eso es lo que exige la sociedad civil: que se desbloquee la política y que, en un ejercicio de responsabilidad, se facilite la formación de gobierno. No tiene sentido reclamar votos contra el nacionalismo para después empujar hacia él, como única salida, a quien tiene posibilidades aritméticas de formar gabinete.

Adolfo Suárez creó el CDS en 1982 como partido de centro, posible llave de mayorías; como los liberales en Europa. Una fuerza -que en 1986 obtuvo 19 diputados- para que el centro derecha, o el centro izquierda, pudiera contar con ella evitando a los nacionalistas que encarecían astronómicamente el precio de su apoyo. Pero la aritmética insuficiente, y más tarde las enfermedades de su familia, arruinaron aquel proyecto. Ahora se repite aquella oportunidad con más claridad porque la buena cosecha de escaños de Ciudadanos -que hasta ahora siempre sube en cualquier elección- podría convertirse, si Albert Rivera quisiera, en llave de la mayor parte de instituciones del país. No parece movido a jugar ese papel tan necesario para la estabilidad en España. Se lo pidieron las organizaciones empresariales. Se lo ha dicho hasta Mariano Rajoy. Se lo ha demostrado Manuel Valls en Barcelona, lo que le costó la expulsión. Se lo piden sus socios europeos y, también, voces internas en su partido. Ojalá no se consume la retirada del diputado por Barcelona Antoni Roldán, un brillante economista que Rivera presentó en su día como un fichaje excepcional. Y lo es.

Pero, vía abstención de Rivera, o de Casado, o de Esquerra Republicana si es que Pablo Iglesias acepta cargos de gobierno que no signifiquen ministerios, habrá que formar gabinete. Y pronto. Que Sánchez no practique el marianismo dejando que el tiempo lo arregle todo, ha escrito Teodoro León Gross: "Desde Moncloa no se ha planteado nada a Ciudadanos más que hacerles repetir no es no como Sánchez en 2016". Y que no se refugie en Europa, como hacia Felipe González, en parte por huir de las miserias de la política doméstica, reclama Fernando Ónega. Cierto. Las fotografías de esta semana en Bruselas con el presidente español hablando en privado, o sea negociando, con Macron, Merkel y Tusk recordaban a las de Felipe González con Helmut Kolh y Mitterrand. La mesa de cuatro patas que dirige Europa, con Francia y Alemania, se tambalea si no entra España a sustituir al Reino Unido y a la Italia cada vez más eurófoba de Salvini. Sánchez es España, pero también representa a la socialdemocracia europea. Se le respetará aún más cuando logre formar un gobierno estable.

Convencidos de que la política no se desbloquea si no recibe el impulso de la sociedad civil, hay manifiestos y acciones en preparación. Dos campañas electorales en dos meses y dos más para pactos, ya les vale. Hace falta certidumbre y estabilidad. Urge.