No cabe duda de que uno de los políticos que ha alcanzado mayor protagonismo en las últimas semanas ha sido Manuel Valls, actual concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. Tras unos resultados mediocres (su plataforma electoral, apoyada por Ciudadanos, apenas obtuvo un concejal más que en 2015), fue rápidamente elogiado en la mayoría de medios cuando, gracias a tres de sus representantes, otorgó la alcaldía a la líder de la izquierda populista local, Ada Colau, para evitar que el consistorio cayera en manos de los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya.

Pero esta "actuación de Estado" (como empezaron a ensalzar algunos, especialmente próximos al partido gobernante) no fue del agrado de su antiguo patrocinador, Albert Rivera, que ya se mostraba alejado de Valls desde hace tiempo, tras las críticas de este a la articulación de mayorías de derecha, con el apoyo de Vox. Así que Rivera ordenó la ruptura con Valls provocando que, de los seis concejales obtenidos por el francocatalán, solo dos quedaran bajo su órbita. Para disgusto de quiénes le alababan, ahora Colau, los socialistas y Valls ya no tienen mayoría absoluta para gobernar en la capital catalana, por lo que el meteoro político llegado de Francia ha caído en la irrelevancia local.

Para evitarlo, en Barcelona ya han empezado los escritos donde se augura que Valls podría liderar una formación catalanista moderada (que, supuestamente, tendría a 300.000 electores huérfanos de CiU dispuestos a votarle), con la intención de romper la mayoría independentista. Quizá Valls también consiga un sablazo de 20.000 euros mensuales para organizarla, tal como logró de aquellos que le financiaron para evitar que ganara Colau y lo hiciera él (con éxito notorio) y después de casarse con una heredera multimillonaria, en septiembre. En eso, Valls sí que ha demostrado ser un crack.