Durante las recientes campañas electorales pasé muchas horas en el Hospital Universitario de Canarias, en Santa Cruz de Tenerife. Contemplé la angustia y el dolor, viví esos afectos difíciles que se convierten en dolor propio a medida que pasan las horas y se consolida el dolor o la desesperanza.

Viví también, con admiración, el trabajo de los médicos, muchos de ellos jóvenes, la abnegación generosa, afectiva, de enfermeras y enfermeros, el trabajo profesional de todos los que tienen a su cargo la salud o la administración de tantas personas como están ahí, noche y día, a cada hora, sin respiro ni descanso, pues el dolor o la enfermedad no conocen respiro o descanso o reposo, siempre está acechando la voluntad implacable del mal.

Muchas veces, de todos modos, se produce una curación, un alivio, una novedad que llena de alegría las plantas, los enfermos reciben buenas noticias, sus parientes las comparten y difunden, y los distintos factores humanos implicados en este enorme libro vivo que es un hospital se conmueve y emociona.

Un hospital es una historia humana llena de matices. Es, también, un objeto de la estadística. Durante esas campañas que viví en el hospital o sus alrededores escuché muchas diatribas políticas, en las Islas y en la Península, en zonas donde también hay hospitales que tienen las problemáticas (y las estadísticas) que exhibe el HUC.

Pocas veces escuché, de los políticos responsables a los que corresponde el apoyo a nuestro hospital, otras referencias al dolor y a las difíciles situaciones que viven médicos, enfermeros, y por tanto también los enfermos, que la apelación a las estadísticas. La más repetida de esas apelaciones se refiere al descenso de las listas de espera. Los porcentajes de presunta disminución se citan como si ahí ya se produjera el alivio de la ciudadanía, como si saber que ha bajado en un 5, un 10 o un 15% la lista de espera que aguarda hora para una consulta o una cura que para el paciente urge fuera argumento que alivia de manera instantánea al que padece.

Los facultativos y los que administran sus órdenes, los que cuidan que el hospital tenga un orden administrativo adecuado, el personal hospitalario por entero, es consciente de que no es sólo el problema de las listas de espera el que afecta a la situación de malestar que se vive en el mayor hospital de Tenerife.

A veces vi, en las puertas del hospital, a sindicalistas protestando por diversas circunstancias que afectan al centro; escuché a médicos jóvenes denunciando la difícil situación que atraviesan, observé con impotencia hasta qué punto tenían que convivir ellos con la desesperación de los pacientes y de sus parientes ante un hecho cierto y terrible: durante los fines de semana sólo se atienden urgencias mayores, porque en esas circunstancias la presencia de médicos que no sean de urgencia es mínima.

Me dijeron el número de doctores que en fin de semana se ocupan de las urgencias que se producen en las plantas. No me atrevo a poner en papel el número porque me pareció tan ridículo que lo juzgué erróneo. Pero en la conciencia de cada una de las personas que atiende o sufre en el hospital está ese número y es verdaderamente vergonzoso.

Fueron días muy amargos, personalmente, aliviados tan solo porque tuve oportunidad de observar la heroica lucha de los pacientes por su salud, su valiente asunción de lo que es el dolor y el dolor ante las malas noticias. Un tiempo emocionante y tremendo a nivel personal. A nivel de ciudadano, en lo que corresponde a la conciencia civil que uno ha de explicar para compartir con otros los graves problemas de su comunidad, los viví con rabia contenida tan solo por el respeto al esfuerzo médico y de atención que hace gente desprovista de medios, asustada también de que las estadísticas se usen como pantalla para un descuido tan grave como el que la administración mantiene con respecto a esta joya de la sanidad canaria.

Lo viví con dolor, lo cuento con mucho dolor. Humano y civil. Ojalá se fijen los gobernantes más en el factor humano y destierren, por vergüenza, la tentación estadística que mantiene en la pobreza el Hospital Universitario de Canarias.