Convendría puntualizar unas cuantas cosas para poder dilucidar la irresponsabilidad que lleva a los partidos con mayor apego constitucionalista a acusarse de pactar de manera indecorosa.

Guardando una justa simetría, Vox y Podemos se encuentran en un mismo plano radical de la política. Hay un fanatismo de derechas y otro de izquierdas que representan a la perfección tanto los primeros como los segundos. Lo hacen de distinto modo, claro, cada uno honrando el significado de su trinchera. Los dos plantean de boquilla animaversidad constitucional pero ninguno ha dado hasta ahora un paso que se pueda considerar decisivo para vulnerar la ley por las bravas. Ni nada que indique que lo vayan a hacer de esa manera. Por eso, la casuística de la derecha extrema y de la extrema izquierda no tiene nada que ver con la que, por ejemplo, atañe a Esquerra o JxCat, dos partidos que, además de tener como principal objetivo el separatismo, forman parte del procés acusado de rebelión en los tribunales. Ambos, desde las instituciones catalanas, han promovido el golpe constitucional atropellando la Carta Magna.

La simetría fanática de los populistas de derecha y de izquierdas con los independentistas no se puede establecer por mucho que Podemos simpatice con los nacionalistas y Vox sea la víctima propiciatoria del agitprop monclovita. Existe otro escalón insalvable del fanatismo que es Bildu, un partido que en cualquier otro lugar del mundo civilizado sería ilegal y que arrastra la complicidad con ETA, la banda de los asesinos de Hipercor. Debería hallar el vacío y, sin embargo, se le reservado un lugar en la mesa para que facilite la investidura del presidente del Gobierno. Irreal.