La noche del miércoles, Casimiro Curbelo estuvo recibiendo llamadas hasta bien entrada la madrugada. No pudo dormir. Por la mañana, desde primera hora, ya tenía decidido qué hacer: había sostenido la presión de sus antiguos compañeros de partido durante tres intensas semanas, intentando conseguir que el pacto de centro-derecha pudiera hacerse con Fernando Clavijo, y que estuvieran garantizados los 36 diputados necesarios. Ya sabía que el primer objetivo no era posible: Clavijo había anunciado el martes por la tarde su intención de quitarse de en medio para que Ciudadanos permitiera un pacto de centro-derecha, presidido por el PP y sin imputados dentro. Un sacrificio poco frecuente en la política canaria, una autoinmolación destinada a evitar que Coalición sufriera una devastadora hecatombe. Aún así, Clavijo y sus más próximos estudiaban la posibilidad de impedir que Asier Antona -el mismo Asier Antona que el viernes anterior había torpedeado la reunión del centroderecha ampliado (con Román de oyente)- fuera presidente. Con discreción, se había explorado que María Australia Navarro fuera la candidata del PP a la Presidencia del Gobierno. Pero la operación se filtró, y esa fue la puntilla del fracaso: enterado Antona de la que le preparaban, advirtió a Curbelo que contaba con suficientes diputados más leales a él que a Génova (cinco de los once, dijo) para impedir un pacto en el que él no fuera presidente: "votaremos en contra de una investidura de Australia", le aseguró. La noche del miércoles, tras la amenaza de Asier, Curbelo hizo sus cuentas, entendió la debilidad de un Gobierno de cuatro partidos, con Clavijo ausente, un presidente discutido por los suyos, sin un liderazgo alternativo y llegó a la conclusión de que no podía seguir dando largas a los socialistas. Optó por él, no se equivocó.

Aún así, cuando habló con Clavijo, afanado desde la tarde antes en sumar el imprescindible visto bueno de Ciudadanos al pacto de centro-derecha, Curbelo le dijo que le daría tiempo, que no firmaría el acuerdo con la izquierda, y Clavijo le creyó. Cuando se anunció el acuerdo, Curbelo no había mentido: no había firmado el pacto con los socialistas, Podemos y Nueva Canarias, pero ya había aceptado suscribirlo el sábado, junto a las fuerzas de izquierda. Mientras Clavijo seguía discutiendo por teléfono con el presidente de la Comisión negociadora de Ciudadanos, José María Espejo, las condiciones para que apoyaran el acuerdo, Curbelo ya había virado.

Es el suyo un viraje que catapulta al PSOE canario al control político casi total de las Islas, sus instituciones y corporaciones locales, su presupuesto y su agenda pública. Pero el PSOE no está sólo en esta andadura: precisa también en Podemos y Nueva Canarias, dos partidos muy distintos al PSOE, con sus propios compromisos y calendarios. Aún no se conoce ni el programa de actuación ni la composición del Gobierno de Ángel Víctor Torres, ni siquiera si Podemos y Nueva Canarias han aceptado las condiciones gomeras en relación a la Ley de Islas Verdes, la del Suelo, el desarrollo de la ley electoral, el control de la sanidad pública en La Gomera y otros asuntos. Lo que sí se sabe es cuánto puede llegar a mandar Curbelo. Y que un Gobierno estable se construye con concesiones.