No sé si los dirigentes de los partidos políticos son conscientes del enorme daño que con su errático comportamiento y sus indecentes chalaneos postelectorales están haciendo a la democracia. O si poco les importa.

En muchos municipios parecen ser determinantes, a la hora de formar gobierno, las filias y fobias personales; en otros, las directrices llegadas directamente desde Madrid sin tener en cuenta para nada la realidad local ni por supuesto la predicada autonomía.

Directrices que a veces poco tienen que ver con las ideologías proclamadas de las respectivas formaciones y mucho más en cambio con las obsesiones de sus líderes nacionales.

Han asistido los ciudadanos, entre incrédulos y atónitos, al obsceno espectáculo de un partido que se decía liberal y de centro y que, sin embargo, no parecía poner pegas al apoyo de la extrema derecha con tal de conseguir algún sillón.

Una joven formación cuyo líder se presentó en su día, cual sastrecillo valiente, dispuesto a acabar con la hegemonía del partido que más escándalos acumulaba, pero al que luego, olvidándose de sus promesas, no dudó en apuntalar con tal de impedir el paso a la izquierda.

Y han visto también los ciudadanos cómo ese otro partido de derechas de toda la vida no hacía ascos a firmar con los nostálgicos del franquismo acuerdos que permitiesen siempre gobernar a la derecha, aunque, eso sí, sin mostrar los hipócritas remilgos de su rival por tales pactos.

Tenemos, por otro lado, al veterano partido de centro-izquierda que ganó las generales, aunque sin mayoría suficiente para formar gobierno en solitario, y que, desagradecido, se resiste a ofrecer algún ministerio a quienes le sacaron las castañas del fuego y necesita ahora para gobernar.

Atento sobre todo al hecho de que los poderes económicos, siempre más preocupados por los mercados que `por los ciudadanos, quisieran ver una alianza suya con lo que los medios denominan el "centro-derecha" y no con lo que anatematizan como "izquierda radical".

Aunque para su disgusto, el líder caprichoso del partido que unos y otros desean como socio preferente, más joseantoniano que nunca, rehúye tal acercamiento a quienes obsesivamente acusa de querer pactar con "golpistas" y "comunistas".

Y para completar el bochornoso espectáculo post-electoral, en la que llaman "la joya de la corona", donde gobernarán las tres derechas, parecen éstas dispuestas a deshacer algo que hicieron bien sus predecesores: las restricciones al tráfico para reducir los insufribles niveles de contaminación en el centro de la capital.

Y ello sin que parezca importarles la amenaza de la Comisión Europea de llevar a Madrid ante el Tribunal de Justicia de la UE por incumplimiento de la directiva sobre la calidad del aire que respiramos.

Y aunque haya que pagar una multa, que pagaremos con nuestros impuestos todos los ciudadanos a cambio de respirar más CO2y soportar de paso más atascos y más ruido en las calles. ¡Viva la libertad individual!, como quieren los liberales.