Al contrario de lo que ocurre en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos y cabildos, dónde la fecha de elección de los gobiernos, presidentes y alcaldes está determinada por leyes, reglamentos y calendarios, la fecha de investidura de Pedro Sánchez es competencia del propio Sánchez. Es él quien decide cuándo se presenta al examen del Congreso, cuándo propone su elección, y no parece que esa fecha se vaya a comunicar demasiado pronto, porque Sánchez, de momento, carece de los apoyos suficientes para ser investido presidente del Gobierno. Es probable que prefiera mantenerse en su actual condición -presidente en funciones- antes que precipitarse a anunciar ya una fecha para acelerar las decisiones de los partidos más o menos aliados. De hecho, los socialistas especulan con la primera quincena de julio, aunque en el entorno de Sánchez -Ferraz y los ministros principales- se teme como a la peste al efecto que para la imagen del hasta ahora imbatido Sánchez tendría una investidura-gatillazo.

Por eso, se han cuidado mucho las formas en los encuentros públicos entre Sánchez y su principal apoyo, Pablo Iglesias, celebrados con fotógrafos y declaraciones sonrientes. Nada que ver con la primera reunión secreta -este pasado lunes- entre los dos dirigentes, en la que la cosa acabó malamente, con Iglesias endemoniado por el ninguneo que suponía la oferta de dejar a Podemos fuera del Gobierno. Ahora ya no se trata de interpretar los límites de eso que han bautizado con ánimo de camuflaje como Gobierno de cooperación, sino de determinar el asunto clave, que es si habrá ministros de Podemos, como reclama Iglesias (y cuántos serán), o sólo figurantes en los cargos intermedios, como pretende Sánchez, convencido de que los cuarenta y pocos diputados que suman Podemos y sus franquicias no se merecen que el escabel para conquistar el cielo se coloqué en alguna azotea de los Nuevos Ministerios.

El PSOE plantea que Podemos no sólo debe renunciar a estar en los llamados Ministerios de Estado, también en los otros, y que a lo que pueden aspirar los podemitas es a un Gobierno basado en un pacto de investidura en el que Podemos sería -eso sí- el socio preferente. Antes de que la nueva política hiciera estragos redescubriendo el poder del lenguaje, los gobiernos eran gobiernos y los socios, socios. Ahora los gobiernos tienen apellido y los socios son bussines, preferente, o turista, según le plazca a quien tenga capacidad de decidirlo. Y Sánchez cree que Podemos, siendo preferente va que chuta. Esto de poner calificativos a los socios no cambia el hecho determinante de que los socios son necesarios cuando no se alcanza la mayoría, y que -en realidad- la preferencia la marcan los números que permiten sumar las mayorías. Podemos puede ser el socio preferente del PSOE, pero no puede ser el único socio, porque con Podemos no llegan. Hacen falta una docena de diputados más.

Y luego está el asunto de las nuevas elecciones. Entre una investidura que se desinfle, y unas nuevas elecciones que a nadie le interesa -y menos que a nadie a los partidos de la nueva política, muy ninguneados en las últimas elecciones locales-, Podemos debe deshojar la margarita del qué hacer. Seguro que acabarán cediendo, porque si no ceden, ni ceden los partidos de la derecha absteniéndose lo suficiente para que Sánchez gobierne -el favor que el propio Sánchez se negó a hacerle a Rajoy en los tiempos del no es no- pues entonces se convocarán nuevas elecciones. Hasta entonces seguimos -también en la Villa y Corte- entretenidos con el reparto de sillones. A ver si algún día alguien pone -para variar- un programa de acción política encima de la mesa.