El 26 de mayo se eligieron sesenta y siete mil concejales para renovar los ocho mil ciento treinta y un ayuntamientos españoles; y el pasado 15 de junio, después de las más tensas, largas y marrulleras vísperas, los nuevos ediles eligieron a los alcaldes entre alegrías y enfados, sorpresas y amenazas de censuras aún sin haber arrancado el mandato. Es el sino de una política de bloques con los extremos radicalizados y, con todo y pese a todo, con un lento pero inexorable retorno al tan denostado bipartidismo.

Hace tres semanas saludé a una España a la cabeza de la igualdad en la Unión Europa, con un 47,7 por ciento de mujeres en el Congreso de los Diputados, por delante de países de larga tradición democrática como Suecia, Francia, Dinamarca e Italia; en el Senado la cifra bajó siete puntos, pero no influía en la alta calificación de nuestra sensibilidad como pueblo defensor de la igualdad. Ahora, tras la consulta local y autonómica y, pese a todo, Canarias -quien no se consuela es porque no quiere- no está entre los territorios de más aparatosa caída.

La socialista Patricia Hernández se convirtió en la primera alcaldesa de Santa Cruz de Tenerife, apoyada por Ciudadanos y Unidas Podemos. A este hito histórico se unieron, Mary Brito en Candelaria; Olivia Delgado, Arico; Ana Mesa, Tegueste; Fidela Velázquez, San Juan de la Rambla y Agustina Beltrán en Vilaflor.

En Gran Canaria accedieron a la distintas alcaldías, Carmen Rosario, Agaete; Ana Hernández, Ingenio; Onala Bueno, Mogan y Conchi Narváez, San Bartolomé de Tirajana. En Fuerteventura Candelaria Umpiérrez, en Tuineje. Y en la capital de Lanzarote, Arrecife, Astrid Pérez. En Agulo, La Gomera, Rosa Chinea. Y, finalmente en La Palma, Noelia García Leal en Los Llanos de Aridane y Goretti Pérez Corujo en Mazo.

Ochenta y ocho municipios y quince alcaldesas reflejan un claro desequilibrio si se compara la cifra, por ejemplo, con las diputadas elegidas para el Congreso: diez, cinco por cada circunscripción, de un total de quince. Como dice una edil que repite cargo con barrida, "la masculinización de la política local es un contrasentido que exige una reflexión y también, una urgente reforma que tenemos que impulsar las mujeres que, como mínimo, administramos igual de bien que los hombres y, en muchas ocasiones, mejor". Pués al tajo, amiga mía.