La crisis económica que estalló, como una bomba bien cebada, en el año 2008, y que no se ha debido a un resfriado tuberculoso momentáneo, sino la oscura partera de un mundo social más injusto, brutal y precario, tuvo un impacto particularmente destructivo en la entonces incipiente industria cultural de Canarias. En los años de esplendor presupuestario y crecimiento económico desbocado, a principios de siglo, se llegó a hablar locamente de reservar un 2% del gasto público a cultura. Es cierto que se malgastó muchísima pasta. Durante algún tiempo, la política cultural pareció consistir más en diagnósticos -carísimos y a menudo externalizados- que en propuestas concretas y el subvencionismo -más o menos racionalizado- continuó siendo la columna vertebral de la acción pública. Entre las empresas del sector cultural una de las más castigadas fueron las editoriales. Desaparecieron las ayudas a le edición del Gobierno autónomo y de los cabildos. Desapareció cualquier fórmula de coedición. Desaparecieron los encargos editoriales de los ayuntamientos. E iniciativas tan atractivas y eficientes como las Ferias de la Edición o el Salón del Libro Africano (SILA) resultaron guillotinadas sin más. Una caterva de listillos y arrebatacapas incluso secuestró la idea del SILA y la arrastraron penosamente a través de dos o tres caricaturescas ediciones post mortem. Porque el SILA no se limitaron a matarlo por asfixia económica desde las administraciones públicas: después de acabar con el proyecto se encargaron de patearlo y repatearlo.

Tanto la Feria del Libro de Canarias como el SILA fueron proyectos que hicieron posible el entusiasmo y la generosidad de una de las grandes editoriales canarias -en su modestia, en su rigor, en su honradez y testarudez- de los últimos treinta años: Baile del Sol. La editorial Baile del Sol -una hermosa criatura de Tito Expósito y Ángeles Alonso- se soñó y se trabajó como un espacio abierto al mundo y a todos los géneros. A diferencia de otras editoriales isleñas, volcadas en la divulgación de autores y textos del Archipiélago, Baile del Sol, a partir de unos criterios de calidad imprescindible para desarrollar un catálogo intelectualmente serio, coherente y atractivo, publicaba a escritores y poetas famosos -o muy poco famosos- de América, Europa y África, y así han salido con su sello novelas como La estación del caos, del Premio Nobel Wole Soyinka, o Stoner, esa discreta obra maestra de John Williams que consiguió entronizar en traducción española una pequeña y corajuda editorial canaria.

Baile del Sol ha publicado a escritores y escritoras de nuestras ínsulas baratarias, los ha llevado a encuentros y festivales en la Península y en el extranjero y siempre ha respetado concienzudamente el trabajo y los derechos de sus autores. Pero ahora ha publicado una antología de poesía escritas por mujeres -Insumisas, a cargo de Alberto García-Teresa- que pecaminosamente no incluye a ninguna canaria. Y ya se sabe que si una antología editada en Canarias no se incluye a canarios se debe tratar como un delito de lesa patria, un desprecio luciferino a todas nuestras emilydickinsons, una conspiración artera y miserable. Sospecho que Tito Expósito está a punto de arrojar la toalla ante toda esta mierda provinciana, estúpida e ingrata y, francamente, nos lo merecemos.