-Ayer decía usted que debía gobernar siempre la lista más votada, pero hoy asegura lo contrario.

-Ayer no existe, la vida empieza hoy.

-Ayer Abascal era ministrable y hoy es de extrema derecha.

-Ayer no existe, la vida empieza hoy.

-Ayer detestaba usted a los políticos que vivían aislados, en los chalés de las afueras.

-Ayer no existe, la vida empieza hoy.

-Ayer prometieron derogar la Reforma Laboral y hoy solo se disponen a retocarla.

-La vida empieza hoy.

Etcétera.

La vida empieza hoy de momento. Quizá vuelva a empezar la semana que viene, depende. Los intereses del martes no son los del miércoles y los del miércoles no coinciden con los del jueves.

-¿Seguirán mintiendo, pues?

-Cada vez que sea necesario.

Las discordancias son tan graves y tan numerosas que no da tiempo a denunciarlas. Harían falta cinco periódicos y dos canales de televisión y seis o siete emisoras de radio dedicadas al asunto. Pero ya no prestamos atención a los embustes. Damos por hecho que la palabra de esta gente carece de valor. Si a alguien, en una tertulia política, se le ocurre señalar el estado de niebla cerebral en el que vivimos debido al fraude continuado de nuestros dirigentes, sus compañeros se ríen de él con expresión de suficiencia.

-No seas ingenuo -vienen a decirle-. Todos hacen lo mismo.

Y continúan analizando la realidad como si tuviera el mínimo grado de coherencia imprescindible para señalar sus pautas y comportamientos. Pero no hay forma de crear patrones, de subrayar las líneas estratégicas. No hay líneas estratégicas, ni líneas rojas o de cualquier otro color. No hay sintaxis ni sindéresis. No existe frontera alguna entre lo verdadero y lo falso. No hay reglas de juego. No hay juego, hay un vocerío de taberna donde el borracho afirma una cosa y su contraria en cuestión de quince segundos echándote la peste alcohólica en el rostro. Cada vez que encendemos la tele, nos llega el aliento mendaz de unos y de otros. No deberíamos acostumbrarnos a esa peste.