Al escuchar la conversación asomo el hocico por una hendidura abierta en el sumidero y presto atención a lo que dice. Habla alto, es robusto y tiene las patas peludas. Como yo. Está furioso porque el ayuntamiento "no hace nada para erradicar esa plaga de ratas en el barrio". A continuación alguien le reclama desde un coche y antes de subirse, tira despectivamente al suelo la colilla del cacho puro que fumaba y que cae tan cerca, que me atufa con la peste que desprende y casi me quema el rabo. Pienso en la misma acción pero en los montes, si será uno de esos desalmados que provocan incendios con su negligente comportamiento o, incluso, me lo imagino formando parte del grupo de cazadores que, entre otros roedores delitos, desvían las canalizaciones de agua de las galerías isleñas para que los desgraciados galgos apaguen su sed y que olvidan volver a encauzarla, dando pie así a pérdidas del valioso líquido. Pero, disculpen, porque estos supuestos actos humanos, me han alejado del rollito de esta columna: la movida anti nosotras de cada verano.

Porque ¿qué hemos hecho nosotros, los Rattus, para semejante ojeriza anual? Si hasta tenemos nombre de grupo de rap y, en realidad somos, y dudo mucho que se nos pueda criticar por ello, un espejo de la colectividad de hombres y mujeres con los que nos relacionamos. Desgraciadamente para ellos, las ratas representamos la imagen distorsionada de los comportamientos incívicos y antiéticos.

Piensen en esta encantadora ciudad, con tantos alicientes como para habernos enamorado: contenedores con bolsas a medio cerrar depositadas en horarios intempestivos, jardines luciendo basura de todo tipo, fiestas y encuentros nocturnos con desperdicios a gogó y apetecibles restos alimenticios. Santa Cruz es, para nosotras, como un buffet abierto las 24 horas. En la esquina de mi alcantarilla está ubicada una sifonería donde, cada mañana, barren los desperdicios de las mesas de su propio establecimiento, tirados al suelo la noche anterior por sus clientes, dejándolos caer escaleras abajo de la plaza pública anexa. Y pregunto ¿tenemos nosotras las inquilinas de mi alcantarilla la culpa de sentirnos tentada ante tanto apetecible restos y adictivas servilletas grasientas?

Y aquí, hago un paréntesis para discrepar de los que señalan al ayuntamiento como culpable, cuando tal mérito corresponde, con todos los olores, a los guarrindongos que poblamos cada uno de los barrios de esta capital. Bueno, de esta capital y del resto del mundo porque me wasapean mis camaradas de Nueva York que allí están teniendo similar persecución. Dicen que por el cambio climático (de lo que no tenemos, en absoluto, la culpa) nos reproducimos en mayor número y engordado varias tallas. Culpables, pues sí, pero ustedes los humanos, tan dispuestos a mostrar asco por nuestra nefasta presencia, cuando en el caso USA debería darles más repelús su presidente que cualquier alimaña. Puestos a fumigar a uno o a las otras, estoy convencida de quien se lo merece más?

Y la prensa podría ponerse de nuestro lado, tan propensa ella a apoyar las causas justas. Con pequeños detalles, tampoco les pedimos una cruzada deontológica. Bastaría, por ejemplo con que cuando informan del compadreo dentro y fuera de la red de amaño de partidos y apuestas ilegales del pasado mes, en lugar de hablar de un pacto de caballeros hubiesen dicho un pacto de ratas. Y así el mundo iría aprendiendo quienes forman las verdaderas plagas.