La muerte de Franco demostró, por la asistencia de público a sus funerales y capilla ardiente, la inconmensurable adhesión de tantos españoles a su figura. En tal grado, que no hemos vuelto a ver, no ya en España sino en nuestro entorno, algo que se le pudiera parecer. TVE tiene las imágenes, las podría poner, la bóveda de apoyo que tuvo no desmerece la del Valle de los Caídos. Memoria borrada.

Sigamos con Franco, vivo o muerto, pero siempre con él. Cuando me detuvieron la víspera del primero de mayo de 1974, las celdas de la Jefatura Superior de Policía eran para uno solo, y sobraban. Ocurrió en Bilbao, con Franco ya tocado, lo viví, estuve. Solo tres años después, otro primero de mayo (1977) fue una especie de día del orgullo gay por su afluencia. Solo tres años. ¿Cómo ahora aparecían tantos? ¿Dónde habrían podido estar?

Cuando una dictadura se hace autoritaria y deja de ser totalitaria hay margen de vida: guateques, música, alcohol, libros, gamberradas, mucho amigos que, siempre divertidos, están felices. Tú a veces no, y odias a Franco, pero sobre todo no perdonas a los que les da igual el régimen. Que son casi todos. Y a los que siempre podrás reprochárselo. Yo olvidé a Franco en cuanto murió, aunque su estela tuviera aun alguna consecuencia menor para mí. Sin embargo, no he podido olvidar a los que no se opusieron, como sería el caso de Almodóvar, Wyoming y tantísimos. Siempre me fijo en lo que cuenta la gente coetánea: su gran proso(e)popeya de "correr delante los grises". Palabrería huera, impostura, disfraz. Siempre les he considerado colaboradores pasivos/consentidores activos del franquismo, tienen una deuda moral y política. O, al menos, mi desconsideración. Nunca me he apeado de esta idea. Monten las chirigotas que monten.

Desaparecido Franco, el franquismo interiorizado, el consenso que asentaba su hegemonía pervivió tras su muerte: en el callejero, en los taxis, bares, en "confundir libertad con libertinaje", la "falta de autoridad", "con Franco vivíamos mejor", incluso en las letras de las canciones populares de, digamos, carnavales (veta para doctorandos en antropología: busquen). Como mi memoria histórica está conectada a lo real vivido, recuerdo a una política que decía que cuando veía el callejero le entraba ganas de romperlo. Pues estuvo décadas de política y ni se acordó. Yo he vivido dos travestismos de opereta, uno con la muerte del "Patriarca" y otro con la memoria histórica de quienes jamás habías oído no un lamento, una atención, una palabra.