Contra lo suscrito por cierta mitología portátil, en Canarias los pactos múltiples o enracimados no son ninguna rareza. Más bien al contrario: Canarias es tierra de pactos, repactos y contrapactos. Un país pactatero. Una de las capitales de la Comunidad Autonómica (Las Palmas de Gran Canaria) padeció una alcaldía time-sharing en la que tres sucesivos mandatarios la dejaron bastante baldada. El primer Gobierno regional, presidido por Jerónimo Saavedra en 1983, fue fruto de un acuerdo entre el PSOE, Asamblea Majorera, la desaparecida Agrupación Gomera Independiente y la Agrupación Herreña Independiente. A mitad de legislatura Saavedra debió sustituir las dos últimas fuerzas parlamentarias por el PCE y una monada fugaz que se llamó el Partido de la Revolución Canaria. Merece la pena observar que ni en ese momento ni más adelante se trató de pactos de gobierno basados en bloques político-ideológicos. En 1991 Jerónimo Saavedra ganó, de nuevo, las elecciones, y hubiera podido optar por un pacto con la izquierda, pero se decidió por las Agrupaciones Independientes de Canarias, plataforma de fuerzas insularistas de un centroderecha vagamente regionalista. Antes de dos años le montaron una moción de censura.

La clase política canaria, por el contrario, dispone de unos excelentes reflejos pactantes, que no son otra cosa que afilados biorritmos cinegéticos. Ayer se confirmó un pacto entre el PSOE y el PP en Lanzarote que implicaba no a una, sino a dos instituciones: al Cabildo Insular y al Ayuntamiento de Arrecife. Para ser justos, socialistas y conservadores no han gastado demasiada salina en justificar su acuerdo con una retórica mesiánica -es imprescindible que Dolores Corujo presida el Cabildo para que la vida tenga sentido-, sin duda porque no hay conejero que no recuerde las barbaridades que cometieron el PSOE y el PP en toda la Isla, como ocurre poco más o menos con todos los demás. Lanzarote siempre ha adelantado el futuro y ofrece una italianización del electorado muy avanzada: la gente vota por costumbre, contempla todo con el moderado asombro que provoca la lluvia y acepta lo que ocurre con indiferencia. La política es algo que les ocurre a otros y su resultado no es un proyecto común, sino una cruz que se lleva individualmente. Una curiosa inversión: las organizaciones políticas siguen floreciendo como maquinarias de asignación de recursos mientras los electores entran en una naturaleza fantasmal. Partidos sin ciudadanía.

Simplemente el ambiente está un pelín más exacerbado por la fragmentación del mapa político, que a su vez estimula y multiplica las opciones pactistas. Y ese es el único (relativo) problema. Porque una cosa es que nadie defienda ya los pactos en cascada y otra que tu propio pacto te lo casquen compañeros en un municipio próximo o en el Cabildo de otra isla. Ocurre con Nueva Canarias: será muy complejo pactar con el PSOE en el Gobierno autonómico si lo socialistas le levantan Telde y mandan a la oposición a Antonio Morales. Por eso cobra pleno sentido la especie de un acuerdo de un pacto entre PSOE, PP y Ciudadanos, con el concurso de Casimiro Curbelo. El PSOE y el PP eliminarían así a sus principales competidores electorales a izquierda y derecha (CC y NC), asfixiarían al nacionalismo realmente existente sin dejarles un saco entero de afrecho en los próximos cuatro años y repartirían (si acaso) migajas consoladoras a los hijos macaronésicos de Albert Rivera.