La eutanasia es un desprendimiento material y un acto de espiritualidad. Curiosamente, los que se dicen representantes de Dios en la tierra opinan lo contrario. No intento imponer mi criterio a nadie, solo ser útil aportando unos elementos de juicio que les puedan ayudar. Si no es el caso, no pasa nada.

Para solventar este tema voy a expresar elementos de juicio de por qué siento lo que he dicho. He dicho "siento" y no "creo".

Nos remontaremos a las célebres preguntas, de dónde venimos, qué hacemos aquí y a dónde vamos.

Nos limitaremos a la pregunta central, ¿qué hacemos aquí?

Con objetivos trascendentales o no, estamos aquí para ser felices y por eso aprendemos que si nos salimos del tiesto, dejamos de ser felices y sufrimos.

Aprendemos que si no controlamos nuestro físico, enfermamos y sufrimos; si no dominamos nuestras emociones, lo pasamos mal y si nuestra mente no está bien dirigida, nos metemos en problemas. Así que si no creemos en el más allá o si lo creemos da lo mismo, el presente es igual para los dos.

Si no seguimos las normas, sufrimos y no somos felices. El sufrimiento es el semáforo que nos indica si lo estamos haciendo bien o mal, y eso solo lo causa nuestro comportamiento, y no vale echar la culpa a los demás, eso es engañarse y retrasa tu felicidad y sigues sufriendo.

Bien, y llegamos al punto en que la felicidad es imposible, el sufrimiento indecible y no podemos de cumplir la tarea del por qué estamos aquí.

Aprender a ser felices, dominando nuestros cuerpos, físico, emocional y mentalmente, y dar paso al objetivo y trabajo de nuestro ser interior, nuestra alma y mensajera de nuestro espíritu.

Llegado a ese punto de sufrimiento indecible, de no poder cambiar de ninguna de las maneras, el objetivo de la vida se pierde y se hace inútil.

No podemos aprender nada, estamos paralizados por el dolor y la naturaleza no es una sádica que se vanagloria del sufrimiento gratuito. Es como un coche que no funciona de ninguna de las maneras y lo llevamos al desguace.

Pero ahora prima buscar una solución, acabar con ese sufrimiento insoportable, es lo más importante. Y según los derechos del paciente, tenemos derecho a elegir tratamiento.

Y dejar de vivir es un derecho del paciente, que elige libre y autónomamente.

La lucha es doble, contra los familiares que piensan más en no separarse del familiar y la lucha de los que necesitan afianzar su seguridad mental obteniendo el máximo apoyo a su criterio. Lo que no hace ninguna de los dos es pensar en la felicidad del paciente y evitar su sufrimiento y respeto a su voluntad.

Y cuando al fin el cuerpo muere, la conciencia de ese ser, que es su alma, viaja a planos de conciencia superiores donde la vida es plena de felicidad y su morada real.

*Presidente del Instituto Canario de Ciencias Humanitarias