La semana que termina nos ha deparado escenas que ilustran por dónde se moverá el mundo, en los próximos años. En primer lugar, mientras los medios se centraban en las groserías del presidente de EEUU, Donald Trump, durante su reciente visita al Reino Unido, lo sustancial fue que la Administración estadounidense apuesta por un brexit sin acuerdo y por un nuevo tratado comercial con sus históricos aliados, que multiplicaría el flujo entre los dos países "por dos o por tres". Traducción: EEUU y Reino Unido se desvinculan de la Europa francoalemana, a la hora de enfrentarse a sus enemigos.

¿Y quiénes son? Pues dos de los principales (la China de Xi Jinping y la Rusia de Vladimir Putin) acaban de reunirse en Moscú, para certificar su magnífica sintonía. Coincidentes en muchos asuntos exteriores (Venezuela, Siria, Sudán€), también simbolizan un modelo autoritario que oponen a los sistemas de libertades y derechos humanos que aún defiende Occidente. Un autoritarismo que cuenta con ventajas, ante el desarrollo de la inteligencia artificial y el Big Data: como apunta el pensador israelí Yuval Noah Harari, la centralización de datos de seres humanos, que se podrá conseguir a niveles inimaginables hasta ahora, puede favorecer la consolidación de estos regímenes, poco o nada democráticos.

Ante ello, ¿qué hace Europa? Pues observa, sin alternativas sólidas: no hay campeones europeos en empresas tecnológicas o de inteligencia artificial; no hay visos de articular políticas exteriores comunes (porque no existe un interés común a defender) y ahora se reunirán en cenas enmoquetadas, para repartirse unos cargos de la Unión tan rimbombantes en su nombre como inútiles en su contenido (salvo para sancionar a los propios Estados díscolos; como Grecia, en su momento o Italia, ahora). Cuando las reglas del juego estén definidas por otros, Europa quedará sometida a ellas.