Hace unas semanas leíamos atónitos cómo en Madrid, una empleada de Iveco, de 32 años, se suicidaba tras la divulgación por WhatsApp entre sus compañeros, de un vídeo suyo que envió a la que, en aquel entonces, cinco años atrás, era su pareja. Ante la vergüenza, el miedo a que a su marido le llegase el citado vídeo y el acoso sufrido, la empleada, tras denunciarlo a Recursos Humanos, no soportó la humillación y decidió quitarse la vida.

Lamentablemente, estas situaciones no son casos aislados. Otras mujeres de diferentes edades y situaciones sociales ya han pasado por las mismas situaciones, algunas con finales similares y otras, que, tras sufrir las consecuencias de la degradación moral o social, deben recurrir a diferentes tipos de soluciones para poder sobrellevar tal escenario.

Analizando ésta y otras noticias similares, podemos sacar diferentes ideas en las que pensar...

La primera de todas es cómo en esta sociedad, con grandes pinceladas machistas, se castiga e insulta a una mujer que, de forma privada e íntima, envía imágenes o vídeos, a la que es su pareja, confiando en que se trata de un juego que sólo pertenece a ellos, y que encima, él rompe sin ningún tipo de conciencia, ni pudor, ni respeto. Se le reprocha a ella, y él queda indemne. Todos sabemos que estamos en un momento social donde la sexualidad está a la vista, a golpe de dedo en el móvil, donde los chats están llenos de diferentes imágenes o escenas de alto contenido sexual, que se pasan entre diferentes grupos con diferentes fines, quien más envíe o quien consiga la mejor imagen, siente un empoderamiento que lo hace resaltar en su grupo, y así sigue un círculo en fase ascendente que, hasta ahora, no tiene fin. Hemos pasado de una represión exagerada a un libertinaje donde, entre otras cosas, el respeto, se ha perdido. Una cosa es pasar imágenes de personas que las han creado para su divulgación, y otra, pasar momentos de intimidad.

Vemos cómo herramientas tecnológicas modernas como el chat, que pueden ser beneficiosas, pueden convertirse en nuestra mayor pesadilla.

Gracias a estas herramientas, las distancias se han acabado, una pareja puede estar cerca, al menos virtualmente, cuando esté lejos... pueden estar juntos en diferentes momentos del día, pueden hacerse sentir queridos y deseados, enviando diferentes fotos de ellos en muchas circunstancias, pero eso lleva implícito también la intimidad de ambos... ¿quién no ha jugado a enviar una imagen un poco subida de tono, o incluso algo más íntimo aún a la persona en la que confía, a la que desea, con la que juega a tener sexo en la distancia, para que cuando llegue el momento el deseo sea aún mayor? En lo que no se piensa es en qué puede hacer esa persona después con esa imagen que hemos enviado... Si lo pensásemos (complicado en un momento de excitación) más de la mitad de las imágenes no saldrían. Pero qué ocurre cuando tu pareja te pide que hagas algo, que te saques una foto, que desea que lo sorprendas, o que lo excites... ¿quién le dice que no? Lo que no nos imaginamos es que va a romper todo tipo de acuerdo implícito en esa situación y sin ningún escrúpulo lo va a enseñar a sus amigos, simplemente por fardar. Es sabido que a muchos hombres les gusta presumir de sus conquistas, reales o no, exageradas o no, pero si tiene una prueba? la tentación llama a la puerta. Sentirse el macho alfa, en algún momento de su vida, con sus iguales, es su meta, es un instinto antropológico que aún sigue existiendo en estos momentos culturales. ¿Cómo se cambia eso? Pues quizás tenga que ver con cómo se educa, con la adquisición de valores, con una ética y una equilibrada autoestima.

Y, por último, pero no menos importante, el cómo nos afecta nuestra exposición social. Nuestra imagen en la sociedad es significativa, si es buena, creceremos y nos desarrollaremos de forma sana, pero si es mala? sabemos lo que ocurre, diferentes trastornos afectivos vienen sobrellevados. Pero, además, ¿y si de repente nuestra imagen se ve dañada y las consecuencias de ello son graves?, ¿quién está preparado para ello? Cómo lo afrontemos estará en función de la gravedad, de la exposición, de la intensidad y del tiempo que dure. ¿A quién le gustaría que miles de ojos vieran sus intimidades? Que miles de bocas critiquen o hablen mal de ti sin tú tener la responsabilidad de ello... porque tu finalidad no era esa. Duro, sí, muy duro.

Todo lo expuesto espero que sirva para hacernos pensar y recapacitar sobre nuestras acciones y las consecuencias de las mismas, ya sea tanto por el emisor, como por el receptor de la situación, que a veces es mejor tener la cabeza más fría y pensar más las cosas. Que sepamos con qué persona nos estamos relacionando y que utilicemos las herramientas que la vida moderna nos proporciona con cabeza y responsabilidad. Si este artículo sirve solo para que al menos una persona se evite una situación similar a la vivida por algunas mujeres, me doy por satisfecha. Ahora, el turno es tuyo.

*Psicóloga y Terapeuta

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