La visualización de las clases pasivas no necesita de gestos grandes o pequeños; es una realidad rotunda y tozuda que, cuando llega, no tiene atenuantes ni posibilidad de disimulo. No fui el único sorprendido por la publicitada retirada de la vida pública de Juan Carlos I el pasado 19 de junio, cinco años después de una abdicación pactada en la que fueron determinantes los hechos menos felices y estéticos de su vida personal y tuvieron un papel decisivo los líderes políticos de los grandes partidos españoles.

Tengo un amigo de firmes convicciones republicanas y, a la vez, con una profunda y argumentada admiración por el viejo rey que basa en su inteligencia y astucia y, por encima de todo, en la sintonía con los gustos y ambiciones, virtudes y vicios de los españoles. Defiende la figura de Juan Carlos de Borbón en el azaroso y brillante "tránsito de un régimen totalitario y represivo a una democracia joven y conciliadora que se ganó el crédito de la Unión Europea y de todo el mundo".

Me remite un guasap que rebosa indignación y datos sobre la retirada de la vida pública del emérito y entiende que su salida del ámbito institucional, "después de trece mil setecientos catorce días, con muchos más aciertos que errores al frente de la Jefatura del Estado, tiene claves ocultas, tal vez y a lo peor domésticas, que encuentran en los errores por los que se disculpó -las cacerías, las relaciones y amistades peligrosas, las revelaciones patrimoniales y los escándalos económicos en la familia- una justificación para levantar un muro, un cordón de seguridad entre la institución y el hombre que la representó tanto tiempo con tanto tino y pulso".

Las cosas de palacio van despacio, reza un refrán que desde el Siglo de Oro corre por las tierras de España. Consuelo con él a este juancarlista que ve "manejos y mañas de mal estilo en el público y desabrido retiro de un buen Borbón", en el último lustro reducido a ceremonias de segunda e, incluso, a faltas de delicadeza como en la conmemoración del XL Aniversario de la Constitución donde, para paliar el olvido, tuvieron que colocar de urgencia dos sillones delante de la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados. Algún día, a no mucho tardar, sabremos algo de un extraño retiro anunciado y confirmado con publicidad y poco eco mediático.