El Gobierno ha optado por mirar a otro lado, pero el prestigio internacional de España, y en particular de sus tribunales de justicia, se resentirá con la suspensión cautelar del traslado de los restos de Franco. Aunque el papel lo aguanta todo, y el papel judicial aún más, las cosas al final son como son: el mayor mausoleo del orbe está allí para verlo, el dictador que yace en su centro ha sido un cruel tirano sin paliativos, la finalidad de un mausoleo es honrar al finado, y la perpetuación de esto en una democracia no es legítima. Malo si el Tribunal Supremo tuviera dudas de lo anterior, sin que la excusa para suspender esté tampoco en su línea de la irreparabilidad. Pero malo, sobre todo, cara al momento internacional del procés (que llegará), facilitando a los indepes -tan falaces como sagaces- la argucia de que en la cúpula judicial de España aún soplan vaharadas de franquismo.