La invención de la llave se atribuye a Teodoro de Samos, en el siglo VII antes de Cristo, y nos cuentan que eran artefactos de gran tamaño para mover puertas muy pesadas que crujían bajo sus goznes cuando se abrían o cerraban. Y a pesar del tiempo transcurrido, la llave sigue teniendo su vigencia y con nuevas funciones.

En los momentos postelectorales, la llave cobra una dimensión imprevista que la sitúa en la categoría de lo deseable, porque lleva implícito no solo abrir o cerrar, sino que facilita la compañía de otros a los recintos apetecidos donde vive el poder.

Los resultados de las recientes elecciones, desde las locales a las autonómicas, necesitan de ese instrumento convertido en metáfora para poder acceder al poder, por lo que la exigencia y la propiedad de la llave es imprescindible para abrir nuevos espacios para los gobiernos que se vayan a conformar.

La llave generalmente está en poder de aquellos que en las elecciones han obtenido menos votos y asientos políticos, pero que, paradójicamente, las mayorías sin su concurso se pueden quedar instalados en una frustración latente.

En este tiempo político que nos toca vivir, tal vez tiene más importancia y relevancia política el ser llave que haber ganado holgadamente las elecciones. Por lo menos los portadores de la llave están tranquilos y a la espera de acontecimientos en los que serán protagonistas.

Los de la llave lo saben y se lo guardan cerrando su tesoro más escondido y preciado, que se traduce hacia donde dirigirán sus votos, ya que con ellos favorecerán a unos, mientras otros se quedarán a las puertas de sus deseos.

Nunca como ahora el ser llave en política es tan trascendental. Son escenarios donde no mandan ni las minorías ni las mayorías, manda el ser llave, puesto que están capacitados para dirimir hacia qué lado van los gobiernos autonómicos y locales, en este caso.

En Canarias no estamos ajenos a esta circunstancia política de ser llave, lo que motiva que los que la tienen serán cortejados y premiados por su disposición a abrir o cerrar el paso de aquellas formaciones políticas que tienen interés de gobierno.

La llave abrirá un nuevo espacio político, a la vez que uno se pregunta si no valdría más la pena ser llave que tener un portalón pesado que no se puede abrir debido a su acantonamiento y dureza.

La conversaciones que vayan a tenerse en los distintos niveles institucionales se supone que serán arduas y, al principio, se podrá trasmitir lo difícil que es conformar una nueva mayoría. Pero en estos casos quien debe tener tino suficiente y lealtad consigo mismo, asumiendo una política de cierto nivel, gira alrededor de esa cerradura que es propiedad de los que poseen la llave de la gobernabilidad.

El ser llave se ha convertido en el objeto más preciado, y como lo saben, seguro que se darán la importancia debida, pero es de desear no vayan más allá de los linderos de una posición política consecuente, ajena a revanchismos y a oportunismos.