Las secuelas poselectorales traen nuevos asuntos al debate y adornan o afean aquellos que marcan la actualidad. A la deriva catalana -crecida el 28 de abril en la banda de ERC y achicada en las mesnadas pujolistas- le cayeron varapalos legales que la ponen en su habitual y patética actitud que funde victimismo y arrogancia. Y, como siempre, sacaron al mascarón de un gobierno sin vida, el genetista Torra, para disimular la erosión que la mera realidad hace en el secesionismo.

Tras concurrir a los comicios amparados por la legalidad, las mesas del Congreso y del Senado, de acuerdo con el Código Penal y sus reglamentos, suspendieron a los cinco políticos presos para los que la Fiscalía del Tribunal Supremo pide penas de entre veinticinco y dieciséis años por los delitos de rebelión, en una conclusión que no varía su posición inicial y aún, de modo que algunos juzgan implacable, exige la restricción de beneficios penitenciarios hasta que cumplan la mitad de la condena.

Con el juicio en su fase final y a la espera de sentencia, el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos de Estrasburgo rechazó por unanimidad la demanda de Carmen Forcadell y otros setenta y cinco diputados contra la decisión del Tribunal Constitucional de suspender el pleno de la Cámara autonómica en la que el inefable Puigdemont pretendía declarar la independencia. Una por una, las supuestas razones fueron desmontadas por esta última instancia judicial que, a no mucho tardar, entrará en la lista de "instituciones y gobiernos antidemocráticos" que no les bailan el agua a estos compatriotas mentirosos y pretenciosos.

Con peores resultados que en las elecciones generales, ahora la marea cansina centra esfuerzos y aplica mañas para colocar en la Alcaldía de Barcelona -donde los independentistas están en minoría- a Ernest Maragall, militante tardío de la causa y un señor sin otro oficio que los cargos con los que lo premió su hermano Pascual cuando fue alcalde de la Ciudad Condal y presidente de la Generalitat de Cataluña bajo las siglas del PSOE. Mientras se resuelvan estos pulsos y, porque la alegría va por barrios, nos detendremos en otras geografías donde todos los ingenios e industrias se dirigen a fraguar pactos entre vencedores sin garantías de gobierno y derrotados disconformes con su situación y deseosos de cambiar de fortuna.