Lourdes Santana es mi jefa. Antes de serlo, y casi desde que recuerdo, era mi amiga. Cuando la conocí -fue en Nueva York, con muy poco más de veinte años- ella era redactora de política en Canarias 7, y tenía ya ese empuje de cuerpo menudo y ese talento para diferenciar lo importante de lo accesorio, que la define desde siempre. Hace una docena de años, siendo Lourdes directora de Televisión Española en Canarias, y yo un periodista caído en desgracia durante el paulinato, me ofreció colaborar en 59 segundos, el primer programa de debate político que incorporó la televisión pública española en las Islas, copiando un modelo que ya funcionaba en la escaleta nacional. No tenía yo otra cosa mejor que hacer, y acepté su oferta. Desde entonces, he trabajado siempre a su lado. Por eso me cuesta escribir estas líneas, porque hacerlo sobre alguien que es tu jefa y es tu amiga -una dualidad no tan común- es complicado: uno puede sucumbir a la tentación del afecto, o moverse por el trillado camino del agradecimiento, o incluso dar rienda suelta a esa tendencia al ajuste de cuentas que define las relaciones de trabajo. Intentaré ir de una vez al grano?

Porque ocurre que Lourdes recibió ayer el Premio Canarias de Comunicación y fue la encargada de leer el discurso de agradecimiento de los premiados. Fue la suya una intervención inusual en ella, en la que dejó por una vez de lado las cautelas tradicionales de quienes nos dedicamos a esta profesión, para descubrirse al auditorio: "soy una mujer de firmes convicciones que ha aprendido a soportar las presiones, a alejarme de los agentes tóxicos y a buscar faros que me orienten con su sabiduría y generosidad". En un tiempo caracterizado por la disolución de los valores cívicos, por el impacto devastador de lo instantáneo, la instrumentalización del ruido en los medios y las redes y la inanidad del discurso público, Lourdes Santana defendió sus razones para estar en el mundo, para interpretarlo? y lo hizo reclamando la vigencia del periodismo: "una especie de fuego que nos conecta con el otro, con la condición ajena, con la vida del otro".

Fue la suya una intervención emocional, la de una mujer que ha aprendido a disimular sus emociones durante 25 años de trabajo en primera línea, sometida al fuego cruzado del poder y la competencia, acostumbrada a sortear envidias y rechazos, y a sobrevivir a la corrosión de ese tiempo hurtado a la vida que todos los que nos dedicamos a esto desearíamos haber tenido, un tiempo de paz, alejado del diagnóstico de quienes nos detestan no por lo que somos, sino por lo que quieren que seamos.

En defensa de su propia y cosaca integridad, Lourdes retrató ayer los mimbres con los que ha hecho posible su trayectoria como mujer, periodista y ciudadana de Canarias, las hechuras y trucos de una periodista implicada hasta la médula en trabajar en lo cotidiano y lo global por el progreso de las mujeres y por la cohesión social y territorial de las Islas. Y recordó que todas las vidas necesitan un asidero para sobrevivir al caos de la existencia. El de Lourdes es Miguelito, un pequeño poeta que se llama igual que el poeta grande que escribió los versos con los que mi jefa y amiga cerró su discurso: "Nadie me salvará de este naufragio, si no es tu amor, la tabla que procuro...".