Tras la segunda cita electoral en la que, si hacemos caso a lo que se dice, todos ganaron, un amigo jurista, y hasta hace poco parlamentario, me comentó la trifulca durante la constitución de la Cámara baja por el juramento o la promesa constitucional. No entendía -yo tampoco- que una cuestión formal, y resuelta jurídicamente hace treinta años, se erigiera en argumento de peso para los partidos conservadores el pasado 21 de mayo, cuando había ocurrido un hecho incuestionable: los trescientos cincuenta diputados habían expresado, sin duda alguna, su acatamiento a la Constitución de 1978.

Jordi Sánchez, Oriol Junqueras, Josep Rull y Jordi Turrul, en el Congreso, y Raúl Romeva, en el Senado, ante las mesas y los plenos, y a través de televisión, ante cuantos españoles siguieron la ceremonia, mostraron su reconocimiento a la Carta Magna. Nada menos. Más allá de los prólogos o colofones interesados, malintencionados, provocadores, pérfidos o seráficos que usaran, su afirmación fue tan clara y legal como las de los otros trescientos cuarenta y seis congresistas y los doscientos ocho senadores salidos de las urnas el 28 de abril.

Los diputados de Vox -que, también excepcionalmente, juraron "por Dios y por España" como en los tiempos y fastos de la dictadura- abuchearon y patearon las fórmulas usadas por los parlamentarios independentistas que, antes, se habían acreditado cumpliendo las exigencias legales. El ruido y las protestas de los líderes conservadores sólo sirvieron para dar carne a la brasa y cuotas extraordinarias de pantalla y papel a unos ciudadanos en prisión preventiva por graves delitos y juzgados en la actualidad por el Tribunal Supremo.

En 1989, Jon Idigoras y dos miembros de Herri Batasuna estrenaron el "por imperativo legal" y fueron expulsados del Palacio de la Carrera de San Jerónimo por el entonces presidente Félix Pons. Un año después, el Tribunal Constitucional, "en aras a la creatividad", sentenció la legalidad de la fórmula. Hasta que llegue otra norma, respeto absoluto y protestas a gusto de cada cual; se puede usar la posverdad secesionista, la nostalgia franquista, el alegato populista, la rima becqueriana, la saeta o el canto del carretero. Hay cierta exageración pero así es la rosa que, ojo al parche, se puede cambiar con voluntad y votos suficientes.