Se arriesga el siempre acelerado Albert Rivera a ser tachado por algunos directamente de "traidor" por faltar a su palabra después de asegurar a sus votantes que no pactaría jamás con el sanchismo.

Es lo que pasa cuando uno se dedica a insultar a otros con ese injusto calificativo como no ha dejado de hacer el líder de Ciudadanos en toda la campaña, a cuenta de Cataluña, con el PSOE de Pedro Sánchez.

Resulta grotesco que un partido como el de Rivera, que presume de liberal y europeísta, no haya hecho ascos a la ultraderecha de Vox en Andalucía y parezca ahora dispuesto a repetir tan non sancta" alianza en otros lugares de España como en Madrid.

Sobre todo, teniendo en cuenta que hay fuertes presiones empresariales y mediáticas a favor de un acercamiento entre ambos partidos que evitaría que el PSOE tuviese que depender en algún momento de Podemos, anatema para esos círculos.

No es ésa tampoco la solución que guste al sector más a la izquierda del propio PSOE, que considera que, si de algo ha pecado su partido es de excesivas claudicaciones a ciertos poderes, justificadas por pragmatismo, pero el debilitamiento de Podemos parece propiciarla.

Los vetos de Rivera al PSOE -no de su partido, más plural y moderado, a lo que parece, que el líder- no acaban de entenderse tampoco en una Europa en la que la mayor preocupación de las fuerzas democráticas es el avance de la extrema derecha.

Inquietante avance no ya sólo en países del Este de Europa, cuyos dirigentes no han acabado de asimilar la democracia, sino también en países centrales de la UE como son Francia, Italia o Alemania.

La obsesiva fijación de Rivera con Cataluña, que le impide muchas veces ver claro, le ha hecho olvidarse también más de una vez de lo que había sido para muchos la principal fortaleza de su partido frente al Partido Popular: su al menos declarada intolerancia de la corrupción.

Es en cualquier caso hora de alianzas tanto en Europa, donde no son ninguna novedad, como en España, donde tanto parece que cuesta llegar a ese tipo de entendimientos entre partidos de distinta ideología.

Son enormes los desafíos que los nuevos nacionalpopulismos presentan en la UE con personajes tan poco presentables como el italiano Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán, por citar sólo a algunos.

Europa es nuestro futuro, y eso parece haberlo reconocido nuestro presidente del Gobierno en funciones al viajar esta semana a París para reunirse con Emmanuel Macron, asediado como está el francés por la extrema derecha de Le Pen.

Es además por desgracia un momento de fuertes tensiones en el eje franco-germano a cuenta, entre otras cosas, de quién vaya a ser el próximo presidente de la Comisión Europea.

Macron nunca ha ocultado su rechazo del alemán Manfred Weber, para ese puesto, aunque sea el cabeza de la lista más votada en las últimas elecciones: la del Partido Popular Europeo

La próxima Comisión y el Parlamento recién elegido tienen importantes tareas por delante: el comercio mundial, amenazado por Donald Trump, la regulación de la industria tecnológica y, la más urgente de todas porque va en ello el futuro del planeta: el cambio climático.

Frente a una ultraderecha nacionalista e insolidaria, incapaz de ver más allá de la sombra del propio campanario, ha llegado pues la hora los pactos de gobierno para enfrentarse con éxito a tan múltiples desafíos.

Y, gracias al fuerte avance electoral del PSOE, España tendrá algo que decir esta vez en la Unión Europea después de años de estéril ensimismamiento. Esperemos que se olviden por un momento de Cataluña y le dejen hacer a Sánchez sus rivales políticos.