En la navegación aérea el viento de cola es malo al despegar o aterrizar, pero resulta beneficioso en el aire una vez que se alcanza la velocidad de crucero. El PSOE trae el viento de cola tras haber logrado la victoria que el 28-A le permitieron sus contrincantes. Hace poco más de dos meses nadie podía prever el éxito que en el inicio del recuento de los votos se le otorgaba en las autonómicas, municipales y europeas. Las cuentas para poder gobernar son otra cosa, pero la resurrección socialista es un hecho y no todo el mundo sabe explicarse por qué ha cambiado la tendencia. Quien menos se lo explica, como es lógico, son los partidos del centro-derecha, empeñados en disputarse la hegemonía y lastrados por la fractura que supuso Vox. Los pactos que vienen ayudarán seguramente a los votantes a decantarse por una de las dos opciones: la división del voto no promete un futuro halagüeño. ¿Pero qué ha pasado para que se produzca este vuelco que nadie se imaginaba durante el invierno? Quién sabe. Quizá la mala elección de candidatos o de mensaje por parte de conservadores y liberales, o de relato, como ahora dicen los cursis, puede ser el viento de cola que favorece a los que ganan para que sigan repitiendo fortuna con la ventaja que proporciona convocar unas elecciones desde el poder. O simplemente lo caprichosa que es la vida: la volatilidad de la opinión en unas sociedades deprimidas dispuestas a equivocarse en los laberintos de la política gestual que ofrecen unos líderes expertos en la venta de crecepelos. Miren, por ejemplo, el caso de Italia, donde un partido, la xenófoba Lega de Salvini, que hasta no hace mucho quería romper el país es el preferido por todos los italianos como la primera opción nacional patriótica. O el Reino Unido, hundido en su mayor crisis por el brexit, en el que el hombre que ayudó a edificar esa mentira capitaliza el éxito.