Los referéndum legales causan más catástrofes que los ilegales. El Reino Unido ya ha tenido que sacrificar a dos primeros ministros, ante la imposibilidad de aplicar la decisión de que Europa deje de ser británica. Brexit es una palabra letal, porque la independencia suena utópica en el mundo de las redes. Autorizar la emancipación garantiza que nunca se ejecutará. De ahí que los ingleses se planteen ahora mismo si Theresa May de los mil días es la peor gobernante de su historia. Su legado consiste en unos pasos de baile para postularse la Dancing Queen de ABBA, pero en realidad aspiraba al título de Mamma Mia de su clientela. Así hubiera igualado a otra hija de clérigo, la Angela Merkel a quien sus compatriotas llaman Mutti o Mami. Todo ello muy patriarcal, pero Adenauer fue el abuelito alemán. Además, la familiaridad casposa gana elecciones.

Se precipitan quienes culpan al brexit de la desgracia de May. En realidad, el rompecabezas irresoluble de mantener a Inglaterra fuera de Europa le sirve de coartada. Una canciller que accede al cargo sin elecciones y las convoca para hundir su bancada, o que sufre la dimisión de un ministro cada tres días, no necesita de catástrofes exógenas para llorar el cargo. Su imitación de la Dama de Hierro también era digna de un karaoke.

Esperando al loco Boris, el Reino Unido debe contentarse con la sempiterna ganadora de las elecciones. La inexpugnable Isabel?II diseca a otro primer ministro para colgarlo en su sala de trofeos, liquidaría al reparto completo de Juego de Tronos. Sobrevivir a la reina es más complicado que abandonar la UE, a su vez más difícil que ingresar en el club continental. La desaparición de May en mayo confirma que la primera batalla ganada por Europa se libraba contra uno de sus nutrientes básicos. Shakespeare dejará de ser europeo a partir de octubre, qué le vamos a hacer.