Un día magnífico para cualquier cosa, incluso para votar. Merodee por mi colegio electoral desde media mañana. Había poca gente. Todo estaba en perfecto orden constitucional y mesocrático, incluida la cabina, dotada de su cortinilla y todo, donde incluso daban ganas de quitarse los zapatos para probárselos a continuación. Ya saben: la cabina en la que se parapetan los ciudadanos aterrorizados por el miedo que impera en la sociedad canaria sometida por una oligarquía en su día santificada por el franquismo -el REF y el Estatuto de Autonomía son franquistas- y que intentará impedir que el pueblo etcétera. Sin embargo, nadie parecía demasiado atemorizada. La gente va a votar, hace tiempo, con esa alegría fisiológica que proyecta cuando hace o recibe algo que es gratis. Por supuesto que no lo es, pero tampoco lo son la sanidad o la educación públicas, y muchísimos actúan como si les costara un chavo. Un policía parece dormir de pie en la puerta. Los apoderados vienen y van hablando por esa excrecencia metálica en las orejas que un día ya lejano fue su teléfono móvil. La mística electoral es reglamentista y lenta, paciente y administrativa, sanchopanzesca y apodíctica. "Don Fulatino ha votado", sentencia rítmicamente el presidente de la mesa, chambelán de la democracia representativa, para que conste en la crónica histórica. Alguien ha abierto un taper de tortilla. Parece una irregularidad, porque el policía, por primera vez, se mueve y da una vuelta.

Salgo unos instantes, tomo un café mediocre, regreso entre bostezos que se multiplican en los pasillos colegiales. Muy pocos se hacen un lío con las cinco papeletas. En realidad siempre me pareció ligeramente insultante presuponer que los votantes se liarían con cinco papeletas, como si gestionar cinco miserables sobres equivaliera a redactar un resumen de la Lógica de Hegel en medio folio. En dos o tres casos a lo largo de toda la jornada, el presidente de la mesa y sus compañeros subsanaron rápidamente las dudas. Uno sospecha que han sido los promotores de la reforma electoral los que han pretendido problematizar el pantone de las papeletas electorales cuando los jubilados llevan mucho tiempo dominando la hermeneútica de las recetas de la Seguridad Social o la lista de la compra en el Mercadona del barrio.

A partir de hoy, celebradas las elecciones, se reanuda la política, que actualmente puede entenderse como una forma un poco menos enfática de campaña electoral. Hace mucho tiempo uno insistía en el valor del disenso y creo que sigue siendo capital en cualquier proyecto democrático, pero creo haber aprendido que en sociedades complejas y con problemas estructurales, cuando no cronificados, deviene imprescindible negociar síntesis para un diagnóstico compartido y una estrategia básica común. Las expectativas económicas se están enturbiando, entre otras coyunturas, un brexit a las bravas se antoja más probable que nunca. Cualquier mayoría que se juramente en el Parlamento debe evitar la voluntad hegeménica, la exclusión partidista y la partidización de la gestión, la estigmatización del adversario, para ejercer un liderazgo basado en la cooperación, el diálogo y la transversalidad.