La noticia de esta semana es que cuatro diputados independentistas catalanes han sido suspendidos de sus funciones por la Mesa del Parlamento español, porque están siendo procesados por el Tribunal Supremo. El esperpento y la anomalía sigue. Después de los estrambóticos juramentos ahora viene la patada en el culo. Los afectados han dicho que no van a renunciar a sus actas. No podrán ejercer sus derechos como parlamentarios, pero nadie -excepto ellos mismos por decisión propia- les puede arrebatar lo que les otorgó la soberanía popular.

Como la primera consecuencia práctica es que la mayoría en el Congreso pasa de los 176 diputados a 174, algunos han aplicado el viejo proceso deductivo policial: el asesino siempre suele ser el que obtiene un beneficio del crimen. Establecen que el PSOE se ha dado mucha prisa suspendiendo a los diputados porque está allanando el camino de la investidura a Pedro Sánchez.

Los que hacen esa lectura de la suspensión se permiten ignorar el pequeño detalle de que ha sido el juez Marchena el que ha disparado un tiro a la cabeza de los diputados. Que fue el Tribunal Supremo el que se dirigió al Congreso. Y que por mucho que lo intenten minimizar, la cúpula del independentismo catalán está procesada o fugada porque metieron la pata. Y mucho. Liaron una muy gorda que puso en peligro la vida y la seguridad de demasiada gente.

A Pedro Sánchez, que tiene un ramo de petunias que le crece desde al trasero, le viene como anillo al dedo que se le ponga más a tiro su camino hacia La Moncloa. Pero a pesar de ello no lo tiene fácil. Dudo mucho que el Partido Popular se vaya a abstener por sentido de Estado para permitir un gobierno socialista en minoría. Sería la manera de evitar que, para la investidura, se pusiera en manos de la extrema izquierda o los independentismos. Y además se lo deben. Pero el pensamiento conservador es ahora mismo más testicular que cerebral.

No lo harán porque fue Sánchez el que se sublevó contra su propio partido, en octubre de 2016, cuando el PSOE se abstuvo para que gobernara Rajoy. Dimitió como secretario general para regresar después en la ola de una militancia socialista encolerizada y con su mensaje de "no es no" (traducción: que de ninguna manera, ni aunque supuestamente beneficie a España, se puede permitir un gobierno conservador). Fue Sánchez el que puso en marcha la política de "a la derecha ni agua". El que llamaba a Rajoy "indecente". Y el de la moción de censura que los echó a patadas.

¿Y con Ciudadanos? Hagamos un poco de memoria. Pedro Sánchez intentó ser investido presidente en marzo de 2016 después de firmar un pacto "reformista y de progreso" con Albert Rivera: algo que hoy parece tan lejano e imposible. Podemos, por decisión de Pablo Iglesias, votó junto con el PP en contra de esa investidura y se cargó un gobierno de izquierdas. (Igual resulta interesante señalar que en aquel momento Coalición Canaria votó a favor de aquel pacto y aquella investidura). Las posibilidades de llegar a otro acuerdo con Ciudadanos son inexistentes. Ahora es Rivera el que no quiere estar donde esté Pablo Iglesias. ¡Huele a azufre! decía Hugo Chávez cuando se refería a presidente norteamericano George Bush. Por ahí también tiene las puertas cerradas.

¿Y qué opciones le quedan a Sánchez? Pues dos y solo dos. Puede cerrar un acuerdo fácil con el Partido Nacionalista Vasco, Compromís y los regionalistas cántabros. Es el tradicional juego de beneficiar con los presupuestos a esas comunidades. Pero con Podemos y con ellos sólo suma 173 escaños. Si quiere conseguir más votos tiene que echar mano de los independentistas catalanes o de los vascos de Bildu. Esas negociaciones tienen más aristas. Son amistades peligrosas y puede que costosas, aunque con ellos Sánchez se asegura una mayoría muy robusta.

El otro camino es no negociar con los independentistas y sumar a ese acuerdo a Coalición Canaria. Pero esa puerta está cerrada. Ana Oramas es ahora la que le dice a Sánchez no es no.

Muchos piensan que es puro postureo. Pero no lo parece. Los nacionalistas perderían su electorado apoyando un Gobierno donde esté Podemos. Y además sienten una profunda antipatía por la altanería y los desprecios institucionales de Sánchez con las Islas.

Si al final no es no, a Sánchez sólo le va quedar el peligroso camino de los independentistas. Aunque dicen que en esta vida todo tiene precio, puede ser que esta vez el de Canarias no se pueda pagar.