Tal vez quienes deberían reflexionar hoy no son los ciudadanos, sino los partidos que se presentan a las elecciones. No lo harán, por supuesto. Ocurre con esto lo mismo que con la vieja ambición u obligación de practicar la pedagogía desde el poder y desde la oposición. Los partidos deberían desarrollar una pedagogía democrática. Es una idea estupenda pero, ¿quién se dedica a la pedagogización de los partidos? La democracia es una principio político aspiracional, pero también es una ideología. Y la ideología democrática o democratista está trufada de contradicciones que se eluden cuidadosamente para no desgastar la imagen del sistema y, hasta cierto punto, su legitimación. Por ejemplo, ese mantra repetido una y otra vez de respetar los programas. Si no se respetan los programas básicamente, ¿qué democracia podemos esperar? Bueno, es lamentable, pero en una democracia parlamentaria -y por el momento no existe otra- los programas deben negociarse. Y no solo en sus detalles más irrelevantes. Es la democracia representativa como espacio de deliberación, precisamente, la que exige la negociación de los programas político-electorales, la que condiciona su incumplimiento, la que demanda cierta incoherencia inevitable para garantizar la gobernabilidad y la estabilidad institucional.

En estos comicios Canarias inaugura un nuevo sistema electoral para elegir su parlamento, introduciendo, entre otras reformas, una lista regional, nacional o archipielágica, como ustedes gusten. Esta reforma ha sido voceada como un extraordinario éxito ciudadano de la sociedad canaria, asimilable, según uno de sus propagandistas universitarios, a la llegada a la madurez democrática de la comunidad autonómica. Es realmente sorprendente que se considere el sistema electoral de un país la principal variable para valorar la calidad de su democracia política. Para estos entusiastas el sistema electoral del Reino Unido lo definiría como una dictadura. Esta próxima legislatura debería agrupar a todas las fuerzas parlamentarias para introducir reformas que contribuyan sustancialmente a potenciar la democratización del sistema político -y su extensión administrativa- frente a la oligarquización de las instituciones públicas a manos de una partidización feroz, empezando, por ejemplo, por cambios en la normativa para la selección de los responsables de los órganos que dependen de la Cámara: el Consejo Consultivo, la Audiencia de Cuentas, el Diputado del Común o la Radiotelevisión Canaria. Porque no se trata simplemente de mejorar -tal y como se insiste- la proporcionalidad en la representación parlamentaria, sino de controlar más y mejor las ambiciones, cochambeos y derivas de los propios partidos -grandes y pequeños- en beneficio de los ciudadanos a los que representan.

Muchos sostienen que la política necesita impulso épico, relatos hipnóticos, intensa emotividad, ecumenismo tribal. Siempre me ha interesado la política, nunca me ha emocionado más que una perfecta jornada de sol junto a un mar azul que perfuma y acaricia la mirada. Y eso nunca cambiará. Es una de mis poquísimas victorias.