En la Bajada del 90, y en el Jueves de Enanos, compartimos la alegre vigilia un grupo heterogéneo formado por recalcitrantes palmeros y foráneos sorprendidos y encantados por la mágica transformación de los peregrinos de Santiago en diminutos cortesanos napoleónicos, enjoyados y condecorados, con levitas de seda y bicornio. En el grupo estaba, por azar, Eduardo Punset, un personaje de relieve nacional tras su paso por la Generalitat del honorable -e inolvidable- Josep Tarradellas y por el Gobierno centrista de Adolfo Suárez.

En medio de un gripazo de primavera, con la recurrente campaña electoral como música de fondo, me entero de la noticia de su muerte y, horas después, un colega y amigo común -que ya me había contado su lucha contra el cáncer- recordó al personaje y, de modo especial, aquel encuentro especial en Santa Cruz de La Palma. Repaso en la librería amistosa -reservada a autores conocidos y queridos- y saco su famoso Viaje al optimismo, un manual de éxito publicado durante la crisis económica -también exploró en otros dos volúmenes el amor y la mente- cuando su Redes -el mejor programa de divulgación científica emitido por la televisión española- le había granjeado el respeto académico y el favor de la exigente audiencia de La 2, que lo mantuvo en parrilla entre 1996 y 2014.

Fue un hombre de inteligencia radiante, un impenitente curioso para el que no existían las fronteras y un apasionado comunicador que narraba y adjetivaba, como nadie, las impresiones y las emociones. Los políticos, con los que compartió tiempos y empeños, reconocieron su criterio independiente, su espíritu conciliador y su capacidad negociadora; y, lo que resulta más difícil en un país polarizado, su fidelidad a la militancia, CIU en los primeros momentos de la Transición y CDS, por cercanía con Suárez tras su caída.

Abogado y economista, transitó con solvencia por la política y fue, como ministro y en dos legislaturas como eurodiputado, un magnífico representante de la joven democracia española. Luego amplió sus miras y horizontes hacia una nueva realidad "con un Dios cada vez más pequeño y una ciencia cada vez más grande" en la que el hombre, vencidos los prejuicios, "podía hablar de la felicidad".