Hasta hace poco las muertes en el Everest, la "azotea" del mundo con 8.848 metros de altura, estaban asociadas a avalanchas, colapsos de hielo, hipotermias, problemas de salud agravados por la gran montaña, traumatismos por caídas... Todo se conectaba con un componente azaroso salvaje que al final jugaba malas pasadas a montañeros experimentados. Nada que ver con el atasco que se dio el miércoles en la cima más deseada por los aventureros... Que se concentren más de doscientos escaladores a la misma hora en un punto tan crítico del planeta indica, además de una alarmante saturación comercial, que estamos perdiendo la épica a pasos agigantados. Teniendo como referencia de partida que subir el Everest no es lo mismo que ascender el Asomadero (Los Realejos), no deja de ser impactante contemplar una fotografía en la que una cola interminable de soñadores esperan su turno con la serenidad con la que se aguarda que una charcutera te corte 150 gramos de chorizo rojo y otro tanto de mortadela ahumada. En el ceñido paso de la cresta sureste que posibilita la foto final se juntaron más personas que un concierto de Falete y eso cuando el oxígeno escasea fue una invitación a una tragedia mortal que se saldó con media docena de esquelas. Pocas fueron para el grado de congestión que se dio en uno de esos espacios terrenales que hasta no hace mucho estaban considerados como inaccesibles para la mayoría de los mortales.